Un minuto antes de comenzar su charla en Panamá para medio centenar de ejecutivos, Alberto Carrillo Devesa apaga la linterna que lleva consigo. “Vamos a hacer algo diferente. Hoy apaguemos el modo avión… y el modo cotidiano”. Es su manera de pedir atención y presencia. No está allí para ser escuchado, sino para provocar que el público se escuche a sí mismo. Lo hace sin solemnidad, entre chistes, ejercicios y preguntas. Y lo más importante: lo hace sin ver.
Conocido como “El ciego visionario”, Carrillo no necesita luz para iluminar. Psicólogo, conferencista y atleta, convirtió una tragedia personal en plataforma de propósito. Perdió la vista a los 21 años en un accidente de tránsito, y con ella, aparentemente, sus sueños: ser empresario, viajar, fundar una familia. “A los dos días me desperté sin poder ver absolutamente nada”. El golpe fue tan brutal como certero. La ceguera fue inmediata y total.

“Pensé en lo peor”, confiesa. Compró pastillas, planeó el final. Pero algo –una ironía del universo o un error logístico en la farmacia– lo detuvo. “Me desperté con un dolor de barriga tremendo. Le pregunté a mi mamá si las pastillas estaban vencidas”, relata entre risas. Su intento de suicidio fracasó y el dolor lo devolvió a la vida. “Eres tan triste que ni siquiera te la puedes quitar”, se dijo, burlándose de sí mismo con la crudeza de quien ha tocado fondo.
Pero, esa noche, sin contárselo a nadie, salió a cenar con su familia. Lloró. Rio. Y entendió que seguía teniendo todo, excepto visión. “Mis metas seguían ahí. Solo había cambiado el plan”.
“La peor discapacidad no es la ceguera, sino una mala actitud ante la vida”, asegura Carrillo, con la fuerza de su historia.
Reinventarse a ciegas
Carrillo suele decir que cuando uno pierde el plan A, lo que queda no es una derrota, sino una ganancia: el plan B. Y luego el C. Lo importante es seguir en movimiento. Así lo hizo. Volvió a estudiar. Se formó como psicólogo. Entrenó su mente y su cuerpo. Y empezó a hablar. Pero no a contar su historia como testimonio, sino como espejo.
“Yo no vengo a hablar. Ustedes van a hablar por mí”, les dice a sus audiencias. Las hace reír, dibujar sus sueños, escribirlos con lujo de detalles: ¿cómo es tu casa ideal?, ¿de qué color es el asiento de tu carro soñado?, ¿cuánto quieres ganar? “Los sueños no se piden con pereza, se piden con hambre”, insiste.
Su estilo no es condescendiente ni paternalista. Es provocador. Usa frases que golpean con humor y verdad: “A veces tenemos más fuerza para soltar que para agarrar… pero cómo nos cuesta botar”. “Queremos cumplir nuestros sueños, pero cargamos también los sueños ajenos”. “Queremos emprender, pero con miedo. Queremos cambiar, pero sin soltar”.
Carrillo no predica, cuestiona. Pide que escriban diez sueños y luego los prioricen. “¿Qué es lo importante para ti hoy? ¿Qué harías si supieras que te queda un año?”. Lo dice sin drama, con una naturalidad contagiosa. Para él, lo importante no es que pase el tiempo, sino “hacer que los días cuenten”.

Uno de los momentos más poderosos de su conferencia es el llamado “Juego de las fronteras”. Divide al público en grupos y les pide llevar gente de otras mesas a la suya, sin cargarlas físicamente. El equipo que más personas logre “pasar al territorio”, gana.
“¿En qué consiste el juego?”, pregunta una y otra vez. La mayoría responde: “en pasar gente”. Él sonríe. “En realidad, se trata de cómo juegas tú tu rol en la vida: ¿Ganas tú para que otro pierda? ¿Pierdes tú para que otro gane? ¿O juegas al gana-gana?”.
Este concepto –gana-gana– es su brújula. De allí nació su proyecto “Ganar o Ganar”, una plataforma de desarrollo humano donde empresas y personas trabajan sobre propósitos, límites y metas. Con lenguaje cotidiano, ejercicios lúdicos y una fuerte carga emocional, Carrillo logra algo cada vez más difícil: que los adultos sueñen en voz alta.
“Me cumplí rodeándome de gente mejor que yo”, dice. Y lo reafirma con una lección poderosa: “El aprendizaje no es lo que te pasa, sino cómo percibes lo que te pasa”.
El cuerpo como herramienta, no como límite
Aunque la vista nunca volvió, Alberto decidió entrenar su cuerpo como nunca. Aprendió a nadar, a correr, a competir. “No había ningún ciego en el triatlón. Me querían sacar el primer año. Pero hoy corro maratones”, cuenta. Completó el Maratón de Miami en 4 horas y 29 minutos. Ha participado en pruebas de fondo como Oceanman Cartagena, y sueña con más.
“Yo quería correr contigo”, le dijo una vez a un amigo. Empezó trotando 5 km. Hoy entrena como atleta y da conferencias con metáforas sacadas del deporte: “¿Qué te hace falta soltar para escalar tu montaña? ¿Qué piedras estás cargando?”.
Su frase más potente es casi un mantra: “La peor discapacidad es la mala actitud”.
En plena pandemia, cuando todos contaban los días encerrados, Alberto decidió no contarlos más. “Aprendí que los días no se cuentan, se hacen contar”, dice. Habla de abrazos, de agradecer a quienes están presentes, de valorar lo que sí se tiene.
Cita a Saint-Exupéry y a Paulo Coelho con naturalidad; mezcla referencias pop con psicología profunda, y remata su charla con ejercicios de conexión entre los asistentes. A uno le pide que le escriba una frase a otro en un post-it. “Dáselo a quien tú creas que se lo merece”. El efecto es inmediato: lágrimas, sonrisas, confesiones. “Nada pasa por casualidad, sino por causalidad”, repite.
Pero no deja que la emoción se diluya sin dejar huella. “Tú crees que este día fue regalado para ti. Y lo fue. Aprovecha el momento. El mundo no necesita más gente que vea, necesita más gente que haga”.
Un mensaje que salva
Una vez, tras una charla para estudiantes, una joven se le acercó llorando. Le dijo que gracias a su historia no se quitaría la vida. “Ese día entendí el verdadero impacto de hablar desde el dolor transformado”, cuenta.
Carrillo ha convertido sus conferencias en refugios de vulnerabilidad. Habla de lo que muchos callan: frustración, abandono, falta de propósito. Pero no se queda en el diagnóstico. “Hay que priorizar. Hay que escribir los sueños. Hay que elegir con quién te rodeas. Y hay que soltar”.
Es un motivador, sí. Pero más que eso, es un hombre que se reconstruyó a ciegas y ahora ayuda a otros a ver. “¿Sabes qué se puede controlar al 100 %? La actitud. Y eso lo tenemos todos”.
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