Costa Rica desde adentro
Costa Rica es uno de esos lugares que se sienten antes de llegar. Su reputación como paraíso natural, su política de paz sin ejército, su apuesta por energías limpias y su filosofía del “pura vida” la han convertido en un referente global. Pero hay otra Costa Rica, menos visible, que se vive en voz baja: la de los cafetales familiares, las caminatas sin prisa y las conversaciones entre vecinos. Esa es la que nos revela Bernardina Vargas, embajadora de Costa Rica en Panamá, tica de corazón y diplomática de alma.
“Costa Rica representa un ejemplo inspirador de cómo un país pequeño puede destacarse globalmente por su compromiso con la paz, la democracia y el desarrollo sostenible”, afirma. Para ella, el alma costarricense se expresa tanto en decisiones históricas —como la abolición del ejército en 1948— como en los gestos cotidianos: una sonrisa al saludar, una soda familiar sirviendo gallo pinto o una comunidad que protege un bosque.
Habla de su país con una mezcla de orgullo y ternura. Enumera logros en educación, salud y energía limpia, pero insiste en que lo más valioso no está en los indicadores, sino en la forma de vida. “La gente que llega a Costa Rica se enamora de los paisajes, sí. Pero también de nuestra manera de vivir: simple, empática, conectada con la naturaleza”.
Esa conexión se cultiva desde pequeños. Bernardina recuerda con nitidez las caminatas en familia, el ejercicio de aprender a reconocer hojas, sonidos, aves. “Mi madre nos enseñó que escuchar el bosque era una forma de aprender a respetarlo”. Esa educación silenciosa moldea ciudadanos sensibles, que entienden que el lujo verdadero está en el silencio de la montaña o en el olor del café recién tostado.
La comida, por supuesto, es otra forma de contar el país. “Nuestra cocina está llena de historia y afecto. Los sabores del arroz con pollo, los tamales en Navidad o la sencillez del casado con tortilla palmeada te conectan con la tierra y con los recuerdos”. Comer en una soda costarricense —esos comedores familiares donde todo se hace al momento— es, para ella, una forma de viajar sin moverse. “Allí se cocina con amor y se sirve con sonrisas verdaderas”.
En su corazón hay lugares que funcionan como refugio emocional. Uno de ellos es el Valle de Orosi. Con cafetales, iglesias coloniales y montañas envueltas en neblina, este valle representa equilibrio, belleza y serenidad. “Hay lugares que te tocan el alma cada vez que vuelves. Para mí, Orosi es eso”.
Otra escena inolvidable: una caminata en familia por la Reserva Natural de Cabo Blanco. El canto de los monos, el silencio del mirador, la sorpresa de su hijo frente a cada huella del bosque… todo se transformó en revelación. “Ese día entendí que la sostenibilidad no es un discurso: es una forma de vida que nos define como nación y como familia”.
Costa Rica invita a otro ritmo. En un mundo donde el turismo muchas veces se traduce en consumo rápido, el país ofrece una experiencia transformadora. El Certificado de Sostenibilidad Turística reconoce a empresas y destinos responsables. Desde hoteles certificados hasta comunidades que viven del ecoturismo, cada rincón propone un viaje con conciencia.
Para quienes buscan lujo con autenticidad, la oferta es coherente. Bernardina menciona que el verdadero lujo no se mide en estrellas, sino en experiencias que respetan el entorno. “Tenemos resorts de clase mundial rodeados de selva, donde el confort no está reñido con la naturaleza. Pero también tenemos posadas familiares que ofrecen calor humano y vistas inolvidables”.
Y si algo destaca en su relato es la cercanía con Panamá. “Compartimos mucho más que una frontera. Somos pueblos hermanos con historias entrelazadas. Promover el turismo entre nuestras naciones es también construir paz, identidad y futuro compartido”.
Viajar a Costa Rica, concluye, es una forma de volver a lo esencial. A la belleza sin estridencias. A la calma que no cansa. Al asombro que se queda. Y también, a la convicción de que un país pequeño, con grandes ideales, puede mostrarle al mundo un camino distinto: más humano, más verde, más feliz.
3 destinos
Monteverde
Un bosque nuboso suspendido en el tiempo. Ofrece puentes colgantes entre copas de árboles centenarios, café artesanal, tirolesas, jardines de mariposas y una comunidad modelo en sostenibilidad. Es el hogar del quetzal resplandeciente y un laboratorio viviente de biodiversidad. Su influencia cuáquera y campesina se refleja en una vida simple y respetuosa con el entorno. Ideal para viajeros que buscan asombro y conciencia ecológica. Monteverde es más que un destino; es una experiencia sensorial y ética.
Las Catalinas
Destino donde el lujo y la sostenibilidad caminan de la mano. Pueblo peatonal frente al Pacífico, con arquitectura mediterránea, calles empedradas y playas tranquilas como Danta y Dantita. Ofrece senderos en bosque seco, gastronomía de autor, hospedajes boutique y espacios de bienestar. Es un modelo de desarrollo urbano armonioso, perfecto para quienes desean descansar, reconectar y disfrutar sin dañar. Costa Rica, en su versión más consciente y estética, encuentra aquí un ejemplo vivo de equilibrio.
Arenal
La región del volcán Arenal es un mosaico de aventura, relax y paisaje. Desde la majestuosa catarata La Fortuna hasta las aguas termales de Tabacón, cada experiencia es un regalo natural. Se puede explorar el Parque Nacional, hacer canopy, rafting o paseos a caballo. Su biodiversidad lo convierte en paraíso para observadores de aves y amantes de la selva. Arenal combina hotelería de clase mundial con autenticidad rural. Imperdible, emocionante y profundamente tico.
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