lunes, octubre 13, 2025

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    Orit Btesh, la quijote

    Su vida es una defensa de la lectura como alimento del alma y una apuesta cultural que ha marcado generaciones en Panamá.

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    Orit Btesh se reconoce a sí misma como una quijotesca defensora de los libros. “Yo tengo complejo de don Quijote de la Mancha. Voy peleando contra los molinos de viento”, dice, convencida de que la lectura es un acto de resistencia cultural. Su historia personal y profesional está atravesada por una certeza: en un país donde la lectura no ha sido prioridad, abrir caminos para los libros equivale a desafiar el desinterés y sembrar comunidad.

    Creció en un hogar donde los libros formaban parte del paisaje cotidiano. Su madre, profesora, y su padre, abogado y luego empresario, fomentaron un ambiente donde la lectura era parte de la vida diaria. Aunque estudió nutrición, fue en los viajes familiares —cuando debía llenar maletas con libros comprados en el extranjero— que entendió que Panamá carecía de una oferta cultural sólida. Entonces, tomó la decisión de darles a sus hijos y al país un acceso distinto al universo literario.

    Sus recuerdos más íntimos están marcados por El Principito. Lo considera más que un libro: un espejo. Cuando lo regaló por primera vez, el gesto no fue entendido, y aprendió una lección que la acompañaría siempre: no se puede entregar al otro lo que para uno es esencial sin comprender qué significa para quien lo recibe. Desde entonces supo que compartir libros es un diálogo que exige sensibilidad.

    El primer El Hombre de la Mancha nació en un garaje improvisado entre estantes sencillos y un café que ofrecía capuchino y alfajor. Importaba títulos de Argentina y Chile, convencida de que encontraría un público. No fue así. “Tuve que aprender que no se trata de lo que yo quiero leer, sino de lo que el lector busca”, admite. Esa tensión entre el ideal y la realidad marcó su camino.

    El fenómeno ‘Harry Potter’

    El gran punto de quiebre llegó con Harry Potter. Fue la primera preventa que organizó y la respuesta fue masiva. “Ahí entendí la fuerza de una historia que conecta a todos”. Ese fenómeno la convenció de que la lectura sí podía movilizar a los panameños, siempre que se ofreciera lo que deseaban. Desde entonces, las estanterías de sus librerías se llenaron de títulos diversos, desde clásicos universales hasta los best-sellers más comerciales, porque entendió que todos forman parte del ecosistema que sostiene el hábito lector.

    Para Orit, lo importante no es lo que se lee, sino leer. “No importa qué leas: un cómic, un best-seller o un clásico. Lo importante es empezar”. Esa convicción la ha acompañado en la construcción de la Feria Internacional del Libro, un espacio que bajo su liderazgo se transformó en punto de encuentro cultural, económico y social. En la feria no solo se venden libros: se construye comunidad, se forman lectores y se siembran preguntas que trascienden las páginas.

    La irrupción de lo digital parecía amenazar el futuro. Su propio esposo le decía que el papel desaparecería. Sin embargo, los datos la respaldan. “Casi el  60 % de los adolescentes todavía leen en papel”, afirma, y toma en consideración algunos datos de un estudio realizado en la última edición de la feria y que pronto serán revelados. Para ella, esa cifra es prueba de que el libro impreso sigue vivo, porque ofrece algo que ninguna pantalla reemplaza: la experiencia íntima de pasar páginas, subrayar frases y sentir el objeto como parte de la memoria personal.

    “No importa qué leas: un cómic, un ‘best-seller’ o un clásico. Lo importante es empezar, porque cada página puede abrir el camino hacia otras lecturas más elevadas”.

    Mantener las librerías ha implicado abrir sucursales en distintos puntos de la ciudad y competir consigo misma. Pero, cada apertura tenía un sentido: estar cerca del lector en su cotidianidad. No se trataba de aumentar el número de lectores —Panamá es un país pequeño—, sino de garantizar acceso.

    Su visión va más allá de las librerías. “Una biblioteca ya no es solo un lugar para prestar libros, sino un centro de encuentro, un espacio social e intelectual”. Con esa idea busca que los bibliotecarios se conviertan en agentes culturales y guías sociales. La lectura, insiste, no es un lujo: es una necesidad. “El libro no es un lujo, es alimento del alma”.

    En su vida personal, sus hijos han sido testigos de esa pasión. Uno de ellos, siendo niño, le preguntó si podrían sobrevivir solo con libros. Ella respondió: “Comeríamos arroz, frijoles y leeríamos mucho”. Esa escena condensa su filosofía: el libro no garantiza riqueza material, pero sí nutre la mente y el espíritu.

    Hoy, Orit sigue convencida de que Panamá lee, aunque no lo suficiente. Y en cada feria, en cada librería y en cada lector nuevo, encuentra razones para seguir siendo la quijote que, entre molinos cambiantes, defiende el lugar irremplazable de la lectura en la vida.


    Fotos de Aris Martinéz y cortesía

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