El administrador del Canal, Ricaurte Catín Vázquez, ha tenido semanas intensas. Presentaciones ante inversionistas, medios y la Asamblea Nacional de Panamá, socializando la visión estratégica y lo que se viene para el paso transoceánico.
Durante toda su historia de más de un siglo, el Canal de Panamá siempre ha sido mucho más que una vía de navegación. Para el país, es el corazón de su soberanía y la prueba tangible de que los panameños pueden administrar con excelencia lo que un día fue símbolo de dominio extranjero. Para el mundo, es la arteria que garantiza la fluidez del comercio global bajo un principio inquebrantable de neutralidad.
En su presentación a los medios de comunicación, Vázquez resumió con una frase la esencia de este momento: “No favorecemos a nadie. Somos parte de un universo mucho mayor, pero nuestra neutralidad es la garantía más importante de la operación continua”. Ese principio, respaldado por los tratados internacionales y por una institucionalidad que ha sabido mantenerse sólida, se convierte en el activo estratégico más valioso de Panamá. En un momento cuando Estados Unidos y China se disputan mercados y Europa se redefine energéticamente, y en el que emergen rutas alternativas —desde el Ártico hasta corredores terrestres—, la imparcialidad del Canal no solo es un ideal, sino un argumento competitivo frente a cualquier rival.
El siglo XX le permitió al Canal vivir como un monopolio natural. Por décadas, fue la única ruta viable que conectaba océanos y sostenía la economía mundial. Hoy la situación es muy distinta. “No estamos ausentes de competencia. Algunas rutas son más dinámicas que otras, pero competencia, al fin y al cabo”, admite el administrador con una franqueza que no deja espacio para la complacencia. La industria marítima ha cambiado su lógica: las grandes navieras ya no solo transportan carga, sino que ofrecen servicios integrados de puerta a puerta. Controlan terminales, ferrocarriles y centros logísticos, lo que obliga al Canal a adaptarse a un mercado donde el valor ya no se mide únicamente en millas náuticas ahorradas, sino en eficiencia, confiabilidad y capacidad de respuesta.
El Canal no se ha quedado atrás. En los últimos años ha introducido sistemas de reserva, subastas y esquemas tarifarios dinámicos que responden a la demanda del mercado en tiempo real. Esa innovación ha permitido mantener ingresos sólidos incluso en épocas de menor tránsito. Pero, detrás de estas medidas persiste una verdad difícil de ignorar: la ventaja histórica se desvanece y solo la visión estratégica permitirá que Panamá conserve su lugar como eje central de la conectividad global.
Por eso, tras 25 años de su transferencia y casi una década después de su ampliación, el Canal entra en una etapa distinta: demostrar que puede seguir siendo relevante en un escenario de competencia creciente, presiones geopolíticas y un desafío que no admite demoras: el agua.
Agua y futuro existencial
En medio de los retos competitivos, el agua se erige como la variable que define el futuro. El 2023 marcó un hito negativo: fue el tercer año más seco en la historia del Canal. La sequía obligó a reducir la capacidad de tránsito de 36 a 24 buques diarios, una decisión que golpeó directamente a las navieras y que reveló la fragilidad del negocio medular.
Vázquez lo expresó con crudeza: “El principal reto del Canal no es logístico ni comercial; es algo mucho más existencial: el riesgo climático y la escasez de agua”. Las esclusas dependen de lagos alimentados por lluvias cada vez más impredecibles, y la presión no proviene solo de los tránsitos marítimos. Dos millones y medio de personas obtienen agua potable de esas mismas cuencas. Las necesidades de la población urbana crecen al mismo ritmo que la economía, mientras la naturaleza impone límites cada vez más severos.
La respuesta estratégica es el proyecto de Río Indio, una infraestructura que busca garantizar la seguridad hídrica durante los próximos cincuenta años. Consiste en un reservorio multipropósito, con presa, vertedero y túnel, que trasladarán agua por gravedad hasta el lago Gatún. La magnitud de la inversión es clara: entre 1.500 y 1.600 millones de dólares, de los cuales cerca de 400 millones de dólares se destinarán exclusivamente al componente social y ambiental.
“Canal de Panamá no consume más agua; es el crecimiento urbano
el que presiona las cuencas. Nuestra prioridad es garantizar agua potable a millones antes que cualquier tránsito marítimo”.
Porque Río Indio no es sólo ingeniería. Es también un proyecto humano que involucra a 75 comunidades, de las cuales 38 quedarán dentro del área del futuro lago. El Canal ha prometido reasentamientos bajo estándares internacionales, el fortalecimiento de 48 acueductos rurales, la entrega de títulos de propiedad, proyectos de reforestación y programas de producción agrícola sostenible. “El Canal se compromete a restablecer los medios de vida de las familias. No se trata de reubicarlas y desaparecer del territorio”, explicó la subadministradora Ilya Espino de Marotta en la presentación del plan.
La legitimidad social es fundamental. Durante los últimos 25 años, el Canal ha invertido más de 117 millones de dólares en programas comunitarios, y en Río Indio ese esfuerzo se multiplicará. Se calcula que unas 2.500 personas serán reubicadas, pero más de 16.000 se verán beneficiadas de manera indirecta con mejoras en educación, energía solar para escuelas, acceso a internet y proyectos productivos que incluyen café, miel y ganadería silvopastoril. El objetivo es simple y ambicioso a la vez: que las comunidades no sean víctimas del proyecto, sino aliadas de su éxito.
En realidad, la crisis no surge porque el Canal consuma más agua, sino porque el crecimiento urbano ha desbordado todas las previsiones. “El cálculo de necesidades de agua para 2025 se cumplió hace 10 años”, advirtió el administrador, recordando que el Canal abastece hoy a 2,5 millones de personas, y que garantizar ese consumo está por encima de cualquier tránsito marítimo. Río Indio es, entonces, una apuesta por preservar la vida antes que la logística, y por asegurar que Panamá no comprometa su desarrollo por falta de previsión.
Un plan país frente a la competencia
El desafío hídrico es apenas una parte de una visión más amplia. El Plan Estratégico 2025–2035 no se limita a asegurar agua, sino que busca diversificar al Canal en cuatro ejes centrales: optimización del negocio medular, desarrollo de un corredor energético, creación de un hub intermodal y expansión de puertos de transbordo.
El negocio central seguirá siendo el tránsito de buques. “El Canal no va a descuidar su negocio medular. Ese ha sido nuestro trabajo por más de 110 años y seguirá siendo la base de todo”, subrayó Vázquez. Pero la realidad obliga a mirar más allá. Los clientes demandan servicios integrados y Panamá debe responder con propuestas que agreguen valor.
Uno de esos proyectos es el corredor energético, un ducto de 76 kilómetros que transportará gases licuados —propano, butano y etano— desde el Atlántico hasta el Pacífico. La lógica es clara: más del 90 % de las exportaciones energéticas de Estados Unidos hacia Asia ya transitan por Panamá, y esa cifra podría duplicarse en los próximos diez años. “Estamos enfocados en capturar ese negocio creciente. Si no tenemos capacidad para atenderlo, corremos el riesgo de que se busque rutas alternativas”, advirtió el administrador Vázquez.
Otro frente es el hub intermodal, que permitiría captar entre 5 y 5,5 millones adicionales de TEU por año. Actualmente, el 72 % de los portacontenedores que cruzan el Canal ya hacen escala en puertos panameños. La idea es expandir esa operación con nuevas terminales en el Atlántico y el Pacífico, integrando verticalmente el servicio logístico y replicando lo que hacen las grandes navieras.
Finalmente, el corredor logístico carretero aprovecharía la servidumbre del ducto para conectar terminales en ambas costas, facilitar el traslado terrestre de contenedores y fortalecer la red multimodal del país.
El costo de este portafolio se estima en unos 8.500 millones de dólares. Una cifra gigantesca que, sin embargo, el Canal plantea con un principio inamovible: “El financiamiento debe sostenerse sobre la garantía del proyecto, no sobre la garantía del Canal ni del Gobierno. El patrimonio es de todos los panameños”. La experiencia de la ampliación, cuya deuda remanente ronda los 600 millones de dólares, sirve como recordatorio de que las inversiones deben ser sostenibles y de que no todo apetito inversor se traduce en beneficio nacional.
La discusión sobre concesiones, asociaciones público-privadas y modelos mixtos está abierta. Lo fundamental, según el administrador del Canal, es encontrar un balance en el que ambas partes ganen: “Si las partes no ganan, no hay transacción. Ambas tienen que ganar. El beneficio económico total debe ser lo suficientemente razonable para el inversor y para el país”.
El Canal compite con rutas emergentes y navieras integradas verticalmente. Su desafío es mantenerse relevante
en un mercado global volátil, sin perder neutralidad
ni su papel estratégico para Panamá y el mundo.
En este contexto, la neutralidad emerge de nuevo como capital estratégico. No solo garantiza estabilidad, también atrae confianza en un entorno donde la geopolítica puede cerrar mercados de un día para otro. “La neutralidad es lo que da confianza al mercado. Ese es nuestro activo más valioso”, insiste Vázquez.
La narrativa institucional refuerza la idea de los “tres saltos” históricos: la transferencia en 1999, la ampliación en 2016 y ahora la diversificación hacia un corredor logístico integral. Cada etapa respondió a un momento crítico, y cada una elevó la autoestima del país. “El principal aporte de la transferencia fue demostrar que podíamos hacer cosas grandes. La ampliación nos mantuvo relevantes. La próxima frontera es diversificar la capacidad del corredor panameño para llevar al país a un estadio de desarrollo más grande”.
El reto es mayúsculo. Los proyectos del Canal equivalen a casi el 10 % del PIB panameño. La capacidad del país para absorber esa magnitud de inversión determinará si este tercer salto es exitoso o si se convierte en una carga. Pero la oportunidad es clara: Panamá puede consolidarse como un eje logístico global, reforzar su papel de puente neutral y generar riqueza que trascienda a toda la nación.
El Canal sigue siendo un activo nacional al servicio del mundo. Lo fue en 1914, lo fue en 1999 y lo es hoy. Pero ahora también es un proyecto país, diseñado no solo para mover buques, sino para garantizar agua, impulsar desarrollo, sostener comunidades y defender la neutralidad en un mundo que la necesita más que nunca. Como concluye Catín Vázquez: “El éxito que tuvimos en la sequía dependió en gran medida de la comunicación y la confianza de nuestros clientes. Esa es la clave para mantenernos relevantes”.
Panamá tiene frente a sí la responsabilidad de no dejar pasar esta ventana de oportunidad. El Canal ya no es únicamente una vía interoceánica, sino el reflejo de cómo un país pequeño puede tener un impacto gigantesco cuando sabe convertir sus desafíos en estrategia y su geografía en destino compartido.
Fotos de Aris Martínez