miércoles, julio 16, 2025

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    Justicia, legado y una nueva ciudadanía

    Fundamorgan celebra su aniversario número 25 como una de las organizaciones más influyentes de Panamá en acceso a la justicia y formación ciudadana. Esta es la historia de cómo un legado familiar se convirtió en una plataforma institucional de transformación social, contada por sus protagonistas.

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    Juan David y Diana Morgan

    Hay familias que construyen negocios. Y hay familias que construyen sentido. El apellido Morgan ha sido sinónimo de éxito profesional por décadas en Panamá, pero también de algo más profundo: un compromiso silencioso —y a la vez férreo— con la justicia. No como palabra abstracta, sino como guía cotidiana.

    Detrás de Fundamorgan hay dos voces que se entrelazan: la de Juan David Morgan, abogado, escritor y memoria viva de una firma que ayudó a moldear el país, y la de Diana Morgan, hija de Eduardo Morgan González y representante de una nueva generación comprometida con transformar el derecho en herramienta de cambio social. Él habla con la serenidad de quien ha visto cambiar la historia desde adentro; ella, con la convicción de que es posible corregir sus fallas desde la acción. Juntos encarnan una transición ejemplar: de un legado familiar nacido en la provincia a una institución que hoy opera con rigor, alma y propósito.

    Pero, para entenderlo, hay que remontarse a los tiempos de don Eduardo Morgan Álvarez, autodidacta, juez encargado y más tarde abogado, quien ejercía desde la provincia de Chiriquí. Fue allí donde decidió representar gratuitamente a los trabajadores indígenas que eran explotados por la Chiriquí Land Company. “Le decían ‘el enemigo número uno de la compañía’, y él lo contaba con orgullo”, recuerda Juan David Morgan, su hijo, hoy presidente honorario de Morgan & Morgan.

    Ese espíritu de justicia sin adornos fue la base sobre la cual se levantó la fundación que hoy celebra 25 años de impacto social real. Sin embargo, la historia no comenzó como una institución planificada. En los años 70, cuando la oficina apenas era un puñado de abogados y contadores que tocaban guitarra después del trabajo, Mireya Morgan —la tía Mireya, como todos la conocían— entró a poner orden. “Le decían Muralla”, recuerda Diana Morgan, presidenta de la junta directiva de Fundamorgan. “Fue ella quien me sentó y me dijo: ‘Mijita, usted se encarga de las donaciones”.

    Las donaciones de entonces eran espontáneas, emotivas. Pero a finales de los 90, la familia entendió que debía construir una estructura. En 1999 nació la Fundación Eduardo Morgan, y más tarde se fusionó con Fundalcom —una iniciativa que buscaba brindar asistencia legal a mujeres víctimas de violencia doméstica— dando paso a Fundamorgan, tal como se le conoce hoy.

    “Todo esto empezó como un tributo. Pero terminó convirtiéndose en una plataforma”, resume Juan David. Una plataforma con propósito, pero también con método.

    Acceso a la justicia, pero real

    El acceso a la justicia debería ser un derecho elemental. Pero en Panamá, como en muchos otros países, sigue siendo un privilegio que no todos pueden ejercer. La violencia doméstica no solo encabeza las estadísticas criminales: también desnuda las fallas estructurales del sistema. Fundamorgan decidió intervenir justo ahí, donde el Estado no alcanza, con un programa que traduce la indignación en acción.

    Todo comenzó en 2007, cuando Mercedes Eleta de Brenes —presidenta de FundaMujer— tocó la puerta de la firma. Ya no podía sostener económicamente el trabajo de acompañamiento legal a mujeres en situación de violencia. No pidió auxilio: pidió relevo. “Nos dijo que el trabajo no podía morir, que había salvado demasiadas vidas”, recuerda Diana Morgan. Fue entonces cuando se creó el Programa de Asistencia Legal Comunitaria, que más tarde se integraría a Fundamorgan bajo una nueva arquitectura institucional.

    “Si no sembramos cultura cívica hoy, no habrá democracia mañana. La educación es el secreto de cualquier país que quiera prosperar sin fracturarse”. – Juan David Morgan

    La estructura es clara: un equipo profesional de diez personas —entre abogados y psicólogos— brinda asesoría y representación legal gratuita a mujeres que ganan menos de $800 mensuales y viven en sectores como Panamá, San Miguelito, La Chorrera y Arraiján. “No es caridad, es justicia con rostro humano”, enfatiza Diana. “Y lo hacemos con rigor. Esto no es voluntariado ocasional. Son profesionales contratados, con metas, con seguimiento, con evaluación”.

    Desde entonces, el programa ha acompañado más de 3.800 procesos legales, en su mayoría relacionados con familia, custodia, pensiones y protección ante agresores. A eso se suman más de 8.000 consultas jurídicas y miles de intervenciones comunitarias para sensibilizar sobre señales de alerta y rutas de prevención.

    Pero el número que más emociona a sus gestores no está en ninguna planilla: es el de mujeres que logran reconstruir su vida. “Verlas renacer es lo más transformador. Llegan destrozadas, sin autoestima, muchas veces con hijos a cuestas y sin redes de apoyo. Pero cuando reciben orientación legal, apoyo psicológico y herramientas para generar ingresos, florecen. Caminan distinto, se visten distinto. Y sobre todo, creen en ellas mismas”, comenta Diana.

    Esa visión integral ha llevado al desarrollo de proyectos como “Entre costuras», un taller de capacitación financiado por empresas aliadas, donde las mujeres aprenden un oficio, confeccionan piezas de calidad y muchas logran insertarse en fábricas textiles. “Nos mandan pollos, tamales, papas… como agradecimiento. Una llegó con una caja de café de su finca. No sabían cómo decir gracias. Pero ese no es nuestro objetivo. Nuestro objetivo es que no necesiten volver”, añadió. 

    “Cuando una mujer se levanta tras años de violencia, no solo recupera su vida: nos recuerda que la justicia también puede ser esperanza”.
    – Diana Morgan

    Juan David también reflexiona sobre la importancia de actuar en lugar de observar: “Panamá no puede seguir naturalizando la violencia como un asunto privado. Es un tema público, de salud, de justicia, de dignidad. Y si no intervenimos desde la raíz, nunca va a parar”.

    El programa también ha detectado nuevas formas de violencia —como la digital— para las cuales el marco legal actual no está preparado. Desde Fundamorgan, trabajan en la actualización de normativas, en alianza con instituciones públicas y otras ONG. “Navegamos en un entorno distinto al de hace veinte años. Hoy las agresiones también ocurren en pantallas, en redes, en chats. Y tenemos que estar ahí también”, subraya Diana.

    El acceso a la justicia no es solo litigar: es escuchar, acompañar, prevenir y transformar. Y eso, en Fundamorgan, se hace todos los días. Pero también se tiene visión sobre el futuro.

    ‘Juventud, divino tesoro’

    En un país donde el 48 % de la población tiene menos de 30 años, hablar de futuro sin hablar de juventud es simplemente no entender la ecuación. Fundamorgan lo entendió temprano: si el propósito era construir una sociedad más justa, había que empezar por formar ciudadanos. Así nació el Programa de Ciudadanía Responsable, una apuesta que va más allá de lo pedagógico y que ha logrado conectar con más de 23.000 jóvenes en todo Panamá.

    “Cuando uno mira los números se da cuenta de que el país está en sus manos. Pero también te das cuenta de que no les hemos dado las herramientas para participar, para proponer, para entender su rol”, dice Juan David Morgan. La clase de Cívica desapareció silenciosamente del currículo escolar hace años, y con ella se fue una parte esencial del contrato social. Fundamorgan decidió ocupar ese vacío desde otro lugar.

    El programa trabaja con jóvenes de entre 15 y 30 años, y se enfoca en derechos humanos, pensamiento crítico, participación democrática, liderazgo y valores democráticos. Pero lo hace con un lenguaje y una metodología adaptados a su tiempo. “No tratamos a los jóvenes como beneficiarios. Los tratamos como aliados. Ellos no vienen a escuchar; vienen a construir”, explica Diana; a lo que su tío complementa un concepto contundente: “no se trata solo de votar cada cinco años. Se trata de entender que la democracia se ejerce todos los días. En tu escuela, en tu barrio, en tu trabajo”.

    Uno de los componentes más poderosos del programa es el de los “microfondos concursables», que otorgan hasta $3.000 a jóvenes con ideas de impacto social vinculadas a los ejes de educación y justicia. Las propuestas se presentan ante un panel conformado por abogados de la firma y representantes de otras ONG, en una dinámica que emula los espacios reales de toma de decisiones. El resultado ha sido una oleada de iniciativas: proyectos de educación sexual en comunidades rurales, plataformas para empoderar a mujeres jóvenes, campañas de derechos humanos con enfoque digital. “Hay una muchacha de 20 años que fundó una red para apoyar a otras chicas de su edad. Es increíble ver cómo toman las riendas de su entorno”, cuenta Diana con orgullo.

    Pero si hay una dimensión del programa que ha multiplicado su impacto, esa es la del arte. En alianza con el Museo de Arte Contemporáneo, Fundamorgan lanzó un concurso nacional en el que jóvenes de todas las provincias expresan, a través de la pintura, su visión sobre los derechos humanos. Las obras luego se exponen en museos, empresas y espacios públicos, y generan un efecto multiplicador.

    “Una de las obras más conmovedoras era la de un joven que pintó a migrantes cruzando un río, con una casa dibujada dentro de una bolsa. Esa era su metáfora: llevaban su hogar con ellos. Y en el agua, sutilmente, se veían cuerpos que no lograron cruzar”, relata Diana. Otra obra mostraba la identidad de género como un rompecabezas incompleto. Otra, la violencia doméstica como una sombra que envuelve a toda la familia. Cada pieza era un manifiesto visual.

    Para Juan David, el arte no es un adorno del programa: es una herramienta central. “El arte comunica lo que muchas veces las palabras no logran. Forma sensibilidad, despierta conciencia, provoca reflexión. Es otra forma de ejercer la ciudadanía”, afirma. Tanto así que varias de estas obras han sido llevadas a empresas aliadas como Tropigas o Global Bank, donde se exhiben en salas de espera y pasillos de oficinas. “Nos pidieron que las obras viajaran. Y lo hicieron. Porque el arte también tiene piernas”.

    Hoy, el programa de ciudadanía no solo forma mejores ciudadanos: forma mejores personas. Jóvenes que aprenden a debatir sin agredir, a construir en vez de descalificar, a participar no como espectadores, sino como protagonistas. “Eso es lo que más nos mueve —dice Diana—: saber que estamos sembrando algo que quizás no veamos florecer de inmediato, pero que será la raíz de un país distinto”.

    Porque al final, como ella misma dice, “cuando un joven descubre que su voz importa, todo cambia”. Y eso, en el Panamá de hoy, ya es una revolución.

    Una nueva forma de hacer empresa

    En Fundamorgan, el compromiso social no es una obligación institucional: es una cultura compartida. De los más de 800 colaboradores que integran Morgan & Morgan y sus empresas relacionadas, el 40 % participa activamente en actividades de voluntariado. Lo hacen por convicción. Porque saben que ese gesto los conecta con una causa que va más allá de lo jurídico o corporativo.

    “Descubrimos que quien hace voluntariado no se va. Es una herramienta poderosa de sentido de pertenencia”, dice Diana Morgan. En un entorno donde la rotación laboral y el desgaste emocional son cada vez más comunes, este modelo de cultura solidaria ha demostrado ser una ventaja competitiva. Aquí los colaboradores no solo permanecen, sino que se sienten parte de algo más grande y significativo.

    Ese compromiso empieza por casa. Morgan & Morgan ha desarrollado un sistema integral de bienestar que incluye médico de planta, psicólogo organizacional, nutricionista, transporte privado y lactarios en cada piso. “La primera solidaridad fue con nuestros propios colaboradores”, recuerda Juan David. “Eso crea una base emocional desde donde todo lo demás es posible. No se puede hablar de justicia afuera si no se cultiva adentro”.

    Desde 2011, el trabajo probono también forma parte del ADN de la firma. Cada año, sus abogados dedican más de 1,000 horas a causas sociales, apoyando a más de 30 organizaciones sin fines de lucro y participando en la redacción de leyes clave como la del Banco de Alimentos, el Hemocentro y el Sistema de Protección de la Niñez.

    “No hacemos filantropía espontánea. Todo está planificado, con metas, seguimiento y evaluación. Porque queremos impacto, no solo intención”, puntualiza Diana.

    En el lobby del edificio aún están expuestas las obras creadas durante la celebración de los 25 años. Una de ellas, el retrato de una mujer guna sobre una patineta, captura en una imagen lo que Fundamorgan representa: moverse, avanzar, resistir. Ese mismo impulso guía su visión de futuro.

    Con alianzas que incluyen embajadas como la de Canadá, ONU Mujeres, Tropigas, Sumarse y Capadeso, Fundamorgan se prepara para expandirse a provincias como Chiriquí y desarrollar nuevas líneas de acción. Desde concursos literarios hasta ferias de arte y tecnología aplicada al impacto social, lo que nació como legado familiar hoy es un modelo replicable, donde justicia, educación y ciudadanía no son departamentos separados, sino partes del mismo tejido.

    “Ya no es una firma con una fundación. Es una cultura completa. Y va a perdurar”, dice Juan David. “Esto no es caridad —agrega Diana—, es justicia hecha con humanidad”.


    Fotos por Pich Urdaneta

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