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    Rubén Parra, el arte invisible del amor

    Con más de 15 años de experiencia, Rubén Parra transforma las bodas en poesía visual. Su cámara no retrata poses, sino la energía invisible y única de cada pareja.

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    Rubén Parra no fotografía bodas. Las narra; las traduce en emociones; las vuelve eternas. A través de su lente, lo efímero se convierte en memoria, lo cotidiano en símbolo, lo íntimo en arte. Fundador de Rubén Parra Studio y con más de 720 bodas documentadas en distintas partes del mundo, este fotógrafo venezolano ha construido una carrera donde la técnica se subordina al alma y la imagen al significado.

    “Observo su energía. Cómo se miran cuando creen que nadie los está viendo”, responde Parra cuando le preguntan qué es lo primero que nota en una pareja. Porque para él, el verdadero retrato no se toma, sino que se revela. Y lo que revela es siempre más profundo que un gesto bonito o una sonrisa sincronizada. “Cada pareja tiene un lenguaje invisible”, afirma. Ese lenguaje, hecho de silencios, caricias sutiles y miradas que no piden permiso, es lo que convierte a cada historia en irrepetible.

    Su formación en fotoperiodismo marcó el comienzo de un estilo que hoy se reconoce por su espontaneidad, naturalidad y fuerza emocional. “El fotoperiodismo me enseñó a anticipar lo invisible”, dice. Esa habilidad —casi instintiva— para captar lo que está a punto de suceder antes de que pase, es la que le permite capturar no solo imágenes, sino atmósferas. Las lágrimas de un padre que entrega a su hija, la mano temblorosa que busca otra para encontrar fuerza, el abrazo de una madre que no sabe si reír o llorar.

    Pero más allá del ojo entrenado está su corazón. Parra ha vivido en carne propia cómo una fotografía puede contener una historia completa. Recuerda una boda en la que la novia bailó con su madre un vals en honor al padre fallecido. También, la vez que recibió la noticia de la muerte de su madre justo cuando la novia se dirigía al altar. Desde entonces, cada fotografía que captura entre padres e hijos tiene un peso distinto. “Aprendí que las fotos pueden ser abrazos para el futuro”. Es difícil imaginar una frase que defina mejor su oficio.

    Lograr que las parejas se olviden de la cámara es uno de sus secretos. No les pide que posen; les pide que vivan. Les dice cosas como: “Mírense como si el tiempo se detuviera”. Así, en ese pequeño instante en que dejan de pensar en la foto y comienzan a sentir el momento, él dispara. Y en ese clic queda capturada la verdad.

    Para él, una gran fotografía necesita tres elementos: autenticidad, emoción y conexión. “La autenticidad no se fuerza, se revela”, explica. La emoción es la luz interna que transforma lo técnico en poético. Y la conexión es ese puente invisible entre quien vive el instante y quien lo observa después. Cuando esos tres factores coinciden ocurre lo que él llama un fragmento de verdad.

    “Después de documentar más de 720 bodas entendí que mi trabajo no se trata solo de capturar lo visible, sino de preservar lo que ya no volverá, y de crear algo que trascienda generaciones”.

    Fotografiar no es su trabajo, sino su manera de ver el mundo. De decirle a una pareja: “Ustedes estuvieron aquí, amaron y dejaron huella”. Esa huella impresa en una imagen será lo que generaciones futuras encontrarán cuando busquen entender qué era el amor.

    Así es como Rubén Parra convierte bodas en arte. No con trucos ni escenografías artificiales, pero sí con el talento de quien sabe que las mejores fotos no se toman: se sienten. Que el verdadero arte de inmortalizar no está en capturar la imagen, sino en atrapar el alma.


    Fotos de Rubén Parra

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