A veces, las historias más interesantes de la música no ocurren bajo los reflectores ni en los escenarios, sino en la penumbra de un estudio de grabación, donde el verdadero sonido de un álbum toma forma. Es un mundo de micrófonos estratégicamente posicionados, consolas repletas de perillas y decisiones que definen el alma de una canción. Ahí, en el corazón de este universo técnico, se encuentra María Laura Castillero, una panameña de 22 años que logró algo que muchos artistas pasan décadas soñando: ganar un Grammy americano.
Su historia no es la de una estrella pop emergente ni la de un fenómeno viral de TikTok. Su victoria no ocurrió bajo un juego de luces, sino en el backstage de la industria, en el lado de los que moldean el sonido antes de que llegue a nuestros oídos. María Laura es ingeniera de grabación, una de las mentes que garantizan que cada nota, cada golpe de conga y cada trompeta en un álbum, suene como debe sonar.
Y fue esa obsesión por el sonido perfecto lo que la llevó a trabajar con Tony Succar, considerado uno de los nuevos referentes de la música latina —especialmente en la salsa— gracias a su talento como productor y su capacidad de innovar dentro del género sin perder su esencia, quien la sumó a su equipo para el álbum Alma, corazón y salsa que ganó el Grammy a Mejor Álbum Tropical Latino en 2025.
La niña que se enamoró del sonido
“Siempre estuve rodeada de música, toda mi vida”, dice María Laura. Su infancia en Panamá estuvo marcada por un hogar donde los instrumentos nunca faltaban. Su madre tocaba la guitarra y dirigía un coro en la iglesia, por lo que la casa familiar era un pequeño epicentro musical. Sin embargo, a pesar de esta cercanía con la música, durante años no tuvo claro que esa sería su vocación. “De chiquita quería ser veterinaria, luego policía, pero siempre la música estaba ahí”, recuerda.
Como buena adolescente de los 2000, su primera gran obsesión musical fue el rock, luego pasó por el pop en español, hasta que llegó la pandemia y, con ella, una revelación inesperada: descubrió la salsa. Y no fue por cualquier artista. “Fue Rubén Blades el que me abrió las puertas al género. Ahí fue cuando dije: ‘esto es otra cosa”.
La salsa la atrapó de una manera diferente. No era solo la voz o las letras. Era la arquitectura sonora, la forma en que cada instrumento jugaba un papel, el peso de la percusión, la riqueza de los arreglos. “Pasan muchas cosas dentro de una canción de salsa. No es solo un beat pegajoso, es orquestación, es estructura, es historia”, explica.

Ese amor por la salsa la llevó a tomar una decisión que cambiaría su vida: estudiar producción musical en Full Sail University, en Orlando, con un vasto historial de exalumnos premiados en industrias como cine y producción musical. Tomando un programa intenso, sin vacaciones, aprendió desde ingeniería de sonido hasta composición. “Yo nunca me vi como una artista en el escenario”, dice. “Me interesa más lo que pasa detrás, en la construcción del sonido”. Y con esa claridad en mente, después de graduarse, tomó un avión a Miami, la capital de la industria musical latina, con un solo objetivo: encontrar un espacio en la producción de salsa.
Y lo encontró de la mano de Tony Succar, un productor y arreglista peruano-estadounidense que ha revolucionado la salsa con un enfoque fresco y contemporáneo, al fusionar la música tropical con pop, jazz y electrónica, y lograr un sonido innovador. Su proyecto Unity: The Latin Tribute to Michael Jackson, lo catapultó a la fama al reinterpretar clásicos del “rey del pop” en salsa con más de 100 músicos. Succar ha ganado incluso dos Latin Grammy por el álbum Más de mí, que lo consolida como uno de los productores más influyentes del género.
Cuando María Laura vio la oferta de trabajo de Tony Succar, supo que tenía que intentarlo. “Yo ya era fan de Tony. Cuando vi la oportunidad, me dije: ‘esto lo tengo que conseguir”. Y lo logró. Y no de cualquier forma. No llegó como asistente de asistente, sino como ingeniera de grabación, un puesto de peso en un estudio de música. Trabajó directamente con Succar en la grabación y supervisión del sonido de Alma, corazón y salsa, un álbum que terminó llevándose el Grammy americano al Mejor Álbum Tropical.
“Fue un año de trabajo intenso, de muchas noches sin dormir, pero cada segundo valió la pena”, dice. Como ingeniera de grabación, su tarea no era solo encender micrófonos y apretar botones. “Todo empieza desde cómo posicionamos el micrófono, qué tipo de micrófono usamos, en qué ángulo está el cantante, cómo captamos la percusión. No es solo grabar, es diseñar el sonido”.
Cuando el álbum fue nominado al Grammy americano, la emoción fue indescriptible. Y cuando el nombre del álbum sonó como ganador, María Laura celebró como si hubiera anotado un gol en una final del Mundial. “Grité como si Panamá hubiera ganado el Mundial”, dice entre risas.
Ese momento, que para muchos artistas es el pico de su carrera, para ella, a los 22 años, es solo el inicio.
La mujer que construye el sonido del futuro
La música es una industria dura. Más aún cuando no estás al frente del escenario. Lo suyo no es solo una historia de éxito personal, sino un ejemplo de cómo la industria musical está evolucionando. En tiempos donde el reguetón y la música urbana dominan, ella apostó por la salsa. En una era donde muchos artistas dependen del autotune y las producciones digitales, ella defiende el valor de una buena grabación en vivo.
“Yo prefiero que la salsa vuelva fuerte, sin necesidad de fusiones con urbano. La salsa dura tiene algo que no se puede imitar con computadoras”, dice con convicción.
El futuro de María Laura Castillero es una incógnita, pero lo que es seguro es que no va a parar aquí. Ahora que tiene un Grammy en su currículum, las puertas están abiertas. “Esto me da peso en la industria”, reconoce. “Vamos a ver qué pasa, pero lo que tengo claro es que quiero seguir haciendo música de verdad, con corazón y con calidad”.
Y si el futuro de la salsa y la producción latina está en manos como las suyas, hay razones para creer que la música aún tiene mucho que ofrecer.
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