Fotos cortesía David Sauceda
Si Belisario Porras hubiera resucitado a finales del año pasado, su voz hubiese arengado a la primera línea de las marchas. El más estadista de los presidentes panameños, sin quitarse nunca su saco de leva, habría sudado y gritado junto con los miles de jóvenes, indígenas y obreros que protestaron en paz en las calles del país.
Pero, quizás, su presencia pasaría un tanto inadvertida, en especial entre las nuevas generaciones. Una encuesta realizada en cinco universidades por el cineasta panameño Alberto Serra reveló que más del 80 % de los consultados ignoran quién fue Belisario Porras. Si acaso los estudiantes de derecho saben algo de este tableño que, primero con bayoneta y luego apenas con las armas de la democracia, edificó la soberanía de Panamá.
Belisario – Arquitecto de una Nación, se llama el documental producido por la Fundación Belisario Porras y dirigido por Serra, quien desmenuzó los 85 años del tres veces presidente panameño —la última vez terminó hace cien años, en 1924—, y que filmó y editó unas 25 horas de entrevistas, y estudió documentos y libros resguardados en los archivos nacionales y en la bibliotecas de Washington.
Una encuesta realizada en cinco universidades por el cineasta panameño Alberto Serra reveló que más del 80 % de los consultados ignora quién fue Belisario Porras.
Tres años le consagró Serra a la producción del documental, aunque los considera insuficientes. “Hilamos las historias de muchas fuentes, por ahí unas 20, de historiadores, sociólogos, políticos y varias voces de la familia del expresidente”, cuenta el director, que aun así se muestra descontento con la duración del filme, de solo 62 minutos, pero que logra abordar la llegada del protagonista al poder.
Sostiene, en cambio, que falta un buen número de proyecciones audiovisuales para hacerle justicia al primer gran demócrata del istmo desde que se le llama República de Panamá.
Al final del documental aparece en primer plano la última fotografía tomada a Belisario Porras. La pantalla proyecta a lo largo y ancho su rostro, su mirada solemne, su bigote moscovita, y se le alcanzan a ver las arrugas, sobre todo en el cuello y los carrillos de la boca. Es, sin duda, el pellejo vivo de una nación que, unos días después, lloró la pérdida de su padre. Termina el filme y aparece la dedicatoria a los 700 jóvenes muertos en la única masacre registrada en el istmo, ya en las postrimerías de la Guerra de los Mil Días.
En el espectador queda la sensación del abandono, pues llegó a creer que en el documental vería el relato invicto de un guerrero y de un poeta metido a las malas en el trajín de la política, cuando precisamente Serra y la Fundación lo que quisieron fue proyectar al ser humano que perdió a su madre antes de cumplir los diez años; al chico de una ciudad interiorana, más bien de un villorrio de unos 3,000 habitantes, para quien lo principal, lo único, era ser panameño.
En adelante, el filme trepida por la vida de un soldado inmerso en guerras sangrientas, pero también poseedor de un verbo fulminante en periódicos y en despachos judiciales y políticos, como si fuera una especie de Moisés moderno, que primero se adentra en las entrañas del adversario, y va y regresa de Colombia, pasa por Europa y se desplaza a Centroamérica. Y en el transcurso de los 62 minutos se eslabonan los sucesos de un istmo que, si no fuera por ese arquitecto, quizás sería hoy una especie de enclave colonial. De pronto, una provincia de otro país.
El rollo
En 2021, la Fundación Belisario Porras cumplió cuatro décadas de servicios al país sobre la base de la figura del expresidente y de la historia y la cultura de la nación. El actual presidente de la Fundación, Fernando Aramburú Porras, nieto del segundo matrimonio de Belisario, una vez estrenó el cargo en 2012, soñó con hacerle un homenaje al abuelo. Reconstruirlo a través de una obra legendaria y moderna a la vez, y legarla a los panameños del siglo XXI.
La Fundación decidió que lo mejor era una producción cinematográfica cifrada en unos 700,000 dólares. En procura de esta suma, participó primero en el concurso de la extinta Dirección de Cine del Ministerio de Comercio e Industrias, conducido ahora por el Ministerio de Cultura.
La propuesta mereció el cuarto lugar, por lo que se redujo su presupuesto inicial y se cambió por un documental. Aramburú Porras emprendió entonces la faena de conseguir el financiamiento con empresas comprometidas con la cultura del país (Global Bank, Trenco, TVN, Tropigas, Internacional de Seguros, Cinépolis, Banco Nacional de Panamá, Pan-American Life Insurance).
Considerado Porras un contestatario y un argumentador formidable, sin llegar al exabrupto de la anarquía, la cinta le recuerda al país la importancia de mantenerse en democracia.
Luego, incorporaron a Serra tras la evaluación de las iniciativas presentadas por varios directores. En el año siguiente de la pandemia se inició la producción de Belisario – Arquitecto de la Nación, cuyo director tuvo la ventaja de reunir documentos intactos y testimonios de primera mano de los descendientes de ese abuelo, que lo será siempre de todos los panameños.
“El documental es la memoria de los hitos del protagonista”, testimonió Aramburú días antes de la premiere el pasado 21 de mayo. Según su descripción secuenciada, el filme se inicia en la infancia temprana de Belisario Porras, ya sin su madre debido a su muerte prematura, y sin la presencia del padre, un funcionario conservador colombiano que abandonó Las Tablas para regresar a su país a ejercer cualquier otro cargo público.
Y así como la buena literatura está en el narrar omitiendo, en el que la octava parte del iceberg deja entrever lo que yace en la profundidad del mar, el documental revela cómo la pérdida prematura de la madre de Belisario y la partida de su padre cuando era tan solo un chiquillo, marcan el derrotero de su vida en cuanto a la obsesión de una identidad nacional.
“El primer mensaje de la película es que no puede transformarse un país sin tener una identidad nacional y, por ende, una memoria histórica”, complementa la historiadora Ana Elena Porras, otra nieta del expresidente, que participa con sus pronunciamientos en el documental. Esta nieta, que además es filósofa, sostiene que “si no amas a tu país y no tienes sentido de pertenencia, es muy difícil cambiarlo para bien”.
Belisario, en compensación, se crió libre junto a su abuela Meme en un ambiente machista, pero en el que siempre gobiernan las mujeres, junto a Comepan, un potrillo bayo con el que creció entre arboledas y sembradíos de maíz peinados por la brisa de las llanuras.
Comepan y su jinete pasaron muchas tardes frente al mar por donde, según Aramburú, varios siglos antes habían llegado los tatarabuelos del expresidente en chabolas huyendo del pirata Morgan. “Los pedazos de madera de las embarcaciones les sirvieron para construir las casas con las que fundaron Las Tablas”, recuerda.
El filme se enfila hacia Bogotá cuando el padre de Belisario, el abogado Demetrio Porras Cavero, supo de su existencia. Un amigo suyo, el liberal Gil Colunje, que en 1865 presidió el Estado Federal de Panamá, le avisó a Demetrio de ese hijo suyo que había aprendido a leer y a escribir con
la abuela materna. Que era un jinete temerario y que tenía un talante diferente del de los chicos de su edad.
“El bisabuelo dispone que lleven a Belisario a Bogotá”, comenta Aramburú, y luego detalla la travesía de semanas de su abuelo en una goleta desde Las Tablas a Ciudad de Panamá, donde tomó el tren hasta Colón y desde ahí se embarcó hacia Cartagena. Viajó a la capital colombiana “en un bote por el río Magdalena”, y en el puerto de Honda se montó en un “burro” con el que flanqueó la cordillera de los Andes y recorrió más adelante la melancólica sabana bogotana. Así llegó a la capital.
Empezó estudios en el Colegio San Bartolomé, la cuna de próceres de la independencia de América, como el general Francisco José Santander, y de ese otro gigante de Panamá, don Justo Arosemena. Bebió entonces el agua de las revoluciones y conoció en directo cómo es que se construye una nación después de una guerra.
Optó por el liberalismo y se batió en una de las guerras colombianas del siglo XIX. Su padre prefirió no malograrlo y lo hizo regresar a Las Tablas, de donde volvió una vez más a Colombia para graduarse, en 1881, en Derecho y Ciencias Políticas en la Universidad Nacional. Estudiante profesional, adicto a la historia y muy consciente de la necesidad de sacudir a nuestros países del colonialismo, obtuvo una beca en la Universidad de Lovaina y conoció París y vivió el hervor del liberalismo europeo.
“Los valores de la Fundación se basan en la importancia de la educación. Con esta obra queremos transmitirle a la juventud que hay esperanza si se estudia con perseverancia y hace de la superación personal un propósito diario”, destaca Aramburú Porras.
“El primer mensaje de la película es que no puede transformarse un país sin tener una identidad nacional y, por ende, una memoria histórica. Si no amas a tu país y no tienes sentido de pertenencia, es muy difícil cambiarlo para bien”.
— Ana Elena Porras, nieta del expresidente.
Sangre y coraje
El documental exhibe la carta de recomendación del conde Ferdinand de Lesseps en favor del panameño para que, cuando regrese a Panamá, se vincule como abogado a la Société Civile Internationale du Canal Interocéanique de Darién.
Las escenas galopan entre las angustias existenciales del protagonista y sus espacios solitarios de reflexión ante la coyuntura inminente de la Guerra de los Mil Días. Los liberales sufrieron derrotas importantes y parecía afianzarse el conservatismo en el istmo. Belisario Porras se exilió en Nicaragua, donde lo recibió el presidente liberal de ese país, José Santos Zelaya, un reformista que terminó pecando por autoritario.
Belisario perfiló en Managua la remontada campal con aportes económicos procedentes de figuras liberales nicaragüenses y ecuatorianas. Zelaya lo dotó de una barcaza y le procuró los soldados con los que arribó a Punta Burica, provincia de Chiriquí, el 31 de marzo de 1900. “A los pocos días se tomaron la guarnición de David”, sostiene Aramburú.
Partieron a Ciudad de Panamá y, en el camino de las reivindicaciones liberales, se fueron sumando panameños hasta totalizar unos 1,500 combatientes, según las cuentas del presidente de la Fundación, quien agrega: “Lo habían designado jefe civil y militar de los liberales panameños”. Pero esta doble condición diluyó la campaña del tableño, pues debió entenderse con el general Emiliano Herrera, enviado por los liberales de Colombia para derrotar, de una vez por todas, la formación conservadora del istmo.
Porras y Herrera acordaron en La Chorrera un ataque unido contra las milicias conservadoras de la capital. El general quiso quedarse para sí la gloria de la victoria y desobedeció el acuerdo. Tal decisión le ocasionó una cruenta derrota a los liberales. Perdieron la vida unos 700 soldados jóvenes encomendados por sus madres a Belisario Porras. Los conservadores contabilizaron 98 soldados muertos. Se firmó la paz, Panamá se separó de Colombia, Estados Unidos reinició la construcción del Canal y Belisario se exilió en El Salvador. Retornó a Panamá en 1904, y de acuerdo con la cinta de Serra, tenía el objetivo único de construir la nación panameña.
“La trayectoria política de mi abuelo le dio entidad jurídica a Panamá, pues su lucha política y democrática fue el forjar un Estado de derecho”, afirma Ana Elena Porras. La historiadora sostiene que más allá de barrios y avenidas y de las más de cien grandes obras de infraestructura registradas en las tres presidencias de Belisario Porras (1912-1914, 1918-1920 y 1920-1924), su legado fue la promulgación de normas y de instituciones panameñas.
Considerado Porras un contestatario y un argumentador formidable, sin llegar al exabrupto de la anarquía, la cinta le recuerda al país la importancia de mantenerse en democracia. De defender los derechos de los ciudadanos, quienes tienen de su lado la potestad de expresar su descontento en marchas pacíficas, como acontecieron en la capital el año pasado. “[Con ellas] Belisario habría ido hasta la plaza 5 de Mayo”, vaticina Serra. “Hubiera estado a la cabeza”, proyecta Aramburú.
Y habría caminado, bandera en mano, como uno más de los ciudadanos de un país que sigue siendo joven y que en este documental, Belisario – Arquitecto de una Nación, revive como el constructor de la soberanía de Panamá.