viernes, octubre 25, 2024

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    Sublime y mundano

    Nos levantamos el domingo con el olor de café colombiano a leer un periódico robusto, alimentado de noticias, reportajes y artículos densos de opinión (pensé: hace veinte años los periódicos colombianos debieron ser muy diferentes).

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    POR: ANA RAQUEL MANTOVANI

    Para el viaje a Medellín habíamos alquilado un apartamento en El Poblado, Comuna 14, un barrio hermoso y lleno de vida: locales y turistas, cafés, restaurantes, galerías de arte, hoteles, discotecas, librerías y ¡plantas! Una jungla urbana; el paisajismo en clímax. El verdor era el complemento perfecto al ladrillo que protagoniza la arquitectura de América del Sur.
    Haciéndole caso a las clásicas listas de “top things to do in Medellin” decidimos aventurarnos a la Comuna 13, una favela pero paisa. A diferencia de la 14, la 13 no tenía planificación urbana de ningún tipo; maleantes y marginales (súmales refugiados) fueron invadiendo las montañas y construyendo casitas que -conectadas por callejones en los que a duras penas navega una moto- aún esperan repello y pintura. Esta área sufrió la violencia endémica de los 80 y 90 pero -según nos contaron- hoy está transformada por la cultura hip-hop que, cual espejito colonial, atrae turistas del mundo entero.

    El bosque. Era Rosado

    La vista de las montañas con la varicela de casas inspira fotos increíbles; la gente es sumamente amable e ingeniosa, vende lo que te puedas imaginar, hasta serenatas de reguetón. Ese domingo había ambiente de fiesta y menos grafiti y break dancing del que esperábamos, pero aun así fue una aventura digna de varios hashtags al atrevernos a bailar -despreocupadas- en el que solía ser uno de los barrios más peligrosos de Latinoamérica.
    Al día siguiente nos dedicamos a conocer las tiendas de diseño local, floristerías con las rosas más hermosas que jamás habíamos visto, librerías que parecían castillos y restaurantes de nombres sexy. Cada negocio con un concepto y estética original y contemporáneo.
    Nombres ingeniosos (El Cielo, El Bosque Era Rosado), ambientes voluptuosos donde un jardín interno ocupa un tercio del espacio y productos locales de mucha calidad. La librería-castillo tiene dos pisos con estanterías, de piso a techo.
    Aproveché, como es mi tradición, para comprar y leer autores locales (Gabriel García Márquez y Piedad Bonnett). Nos topamos con escasas marcas extranjeras, inclusive en el supermercado. Al colombiano le enorgullece tener su propio negocio. A su vez, nosotras, todo lo que compramos fue MADE IN COLOMBIA.

    Biblioteca pública epm en forma de pirámide. Abarca 10,000 m² con zonas de lectura, almacenamiento de libros, galería de exposiciones, café, áreas infantiles, cinemateca, auditorios, y cubículos de estudio.
    Pergamino café.
    hijamia coffee house.
    Café Velvet en Bélgica y Medellín.

    El martes, camino al centro para encontrarnos con Botero, fuimos sorprendidas por el triste y macabro espectáculo de la drogadicción. En la Plaza Botero rodeada por 23 esculturas del Maestro -y aun en conmoción por lo que vimos- imaginé por un segundo que Botero había creado sus esculturas con brazos y narices casi invisibles para imposibilitarlas de participar en ese espectáculo. Reí de mis ocurrencias para luego enterarme que las esculturas de la plaza están desgastadas porque se cree que tocar la obra de Botero ayuda a la potencia sexual.


    Frente a la plaza, en el Museo de Antioquia, nos esperaba la obra figurativa de Fernando Botero desde sus inicios. La exposición, que celebra los 90 años de vida de Botero, está compuesta por más de 100 piezas en diversos materiales y técnicas; con sus colores vibrantes, distintivos volúmenes y episodios mágicos. Expuesta en la última planta del Museo de Antioquia (antiguo Palacio Municipal) cuya arquitectura acompaña y exalta las obras.
    Ese día, entre plaza y museo, en el epicentro mágico de la galaxia de Botero, vivimos con unos metros de separación, lo más sublime y lo más mundano que Medellín nos podía ofrecer. Así es ‘Medallo’, una ciudad latinoamericana, que vale la pena visitar por sus contrastes casi increíbles, clima primaveral, y el ingenio y cultura de su gente.

    Carmen restaurante.

    Conocimos también el Museo de Arte Moderno de Medellín (MAMM), otro edificio imponente, cuya relevancia es tan grande que tiene la capacidad de presentar cinco exposiciones en paralelo, una de estas de experimentación sonora. Y visitamos varias galerías de arte; en una de ellas nos topamos con la obra de Ai Weiwei a casi 15,000 kms de su ciudad natal.
    Nos faltó gozar la vida nocturna, que entiendo es bastante entretenida, pero la razón original por la que fuimos a Medellín fue para acompañar a una amiga que iba a un tratamiento oncológico.
    A quimio. El costo asesino de los medicamentos en Panamá es un secreto a voces. Los precios en Medellín de todo -medicamentos, atención médica, comida, ropa- es un tercio o la mitad de lo que pagamos en Panamá. Y como dijo García Márquez: “no hay medicina que cure lo que no cura la felicidad”, nosotras fuimos tan felices en Medallo que mi amiga regresó curada, o por lo menos, así se siente.

    “El hotel Click Clack, en Medellín, de la firma Plan:b arquitectos, en El Poblado, ocupa gran parte de una manzana de la trama ortogonal urbana que caracteriza la zona. Con forma de C, permite el paso de peatones, creando un parque interior con
    múltiples entradas y rodeado de una especie de jungla formada por la vegetación autóctona.

    La intención es entretejer de forma visible la vida del barrio y la del hotel, quebrantando la regla que considera la experiencia en un hotel como una burbuja de comodidad, carente de vínculos con el entorno.
    El propósito es que sea considerado un lugar público o semipúblico, con vocación
    transitoria para promover la industria local de tipo creativo, artístico e incluso gastronómica”.

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