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    Moda Circular con alma y propósito social

    Desde Charity Shop, Gabriela Mulino transforma ropa de segunda mano en ayuda concreta para fundaciones, a través de un modelo que combina moda, reutilización y solidaridad, demostrando que una prenda puede valer más por su impacto que por su marca.

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    La ropa de segunda mano ya no es sinónimo de necesidad: hoy representa una decisión de consumo inteligente, estética y hasta ética. En América Latina, el auge de tiendas especializadas en prendas usadas refleja un cambio cultural profundo: lo que antes se ocultaba, ahora se celebra. En Panamá, una pequeña tienda lidera silenciosamente esta transformación. Su dueña es Gabriela Mulino, una emprendedora que ha hecho del thrift algo más que una alternativa de moda: lo ha convertido en un vehículo de impacto social real.

    “Siempre tuve una pasión por el retail y una necesidad de ayudar. Creo que eso viene de mi mamá, que ha dedicado su vida a apoyar a otros, desde cuidados paliativos hasta voluntariados con religiosas. Yo heredé eso sin darme cuenta”, dice Gabriela, sentada frente a un perchero de donde cuelgan algunas piezas. Charity Shop, que opera principalmente por Instagram y con citas personales, funciona bajo un modelo que pocos aplican: el 30 % de las ventas se destina a causas sociales. Cada vestido, blusa o par de zapatos puede significar una medicina, una cirugía o una bolsa de comida para alguien que realmente lo necesita.

    Este modelo no nació como una estrategia de negocio, sino como respuesta a una oportunidad. Gabriela compró la tienda a Rosalind Baitel, una estadounidense radicada en Panamá, quien la había fundado bajo el nombre de Promises. Con la llegada del COVID-19 y su creciente enfoque en la conservación marina en Colón, Rosalind decidió poner en pausa el proyecto. Gabriela, enamorada del concepto desde el inicio, aprovechó el momento para reinventarlo. “Cuando iniciamos, casi no quedaba inventario. Empezamos desde cero, recolectando ropa de familiares, vendiendo por Instagram, montando piezas en la oficina de mi tía. Era artesanal, pero funcionaba”.

    El auge de este tipo de tiendas responde a una transformación del consumidor. Según un estudio reciente de la GIZ- Deutsche Gesellschaft für Internationale Zusammenarbeit, una organización alemana que trabaja en cooperación internacional y desarrollo sostenible, en conjunto con ProUsar, los principales motivadores de compra de ropa de segunda mano ya no son únicamente económicos. La funcionalidad, la autoexpresión, el deseo de diferenciación y la conciencia ambiental ocupan un lugar central. El 62 % de los encuestados afirmó que comprar usado les permite ahorrar más que cualquier promoción, pero también
    57 % dijo que estaría dispuesto a comprar ropa usada si las prendas tuvieran una historia o significado especial. La experiencia sensorial de buscar, descubrir y tocar sigue siendo clave.

    “Cada prenda tiene una historia, y cuando la eliges con intención, también haces una declaración sobre quién eres, qué valoras y qué mundo quieres ayudar a construir”.

    “Para mí, esto es como una búsqueda de tesoros. He visto clientas encontrar un Chanel nuevo por 89 dólares. Y sí, lo podría vender por 300, pero prefiero que rote, que se venda rápido y se convierta en ayuda. No me interesa especular”, dice. Esa política ha hecho que su tienda tenga un flujo constante de clientas que revisan las novedades varias veces por semana. “Casi todos los días sacamos algo nuevo. Hay quien viene tres veces por semana. Es una comunidad que se ha creado alrededor de esto”.

    El contacto directo, sin intermediarios digitales complejos, le da a la tienda un carácter humano. No hay e-commerce. Todo se maneja a través de mensajes directos. Gabriela contesta cada uno. “Ese es mi día a día. Me preguntan dónde estamos, qué llegó, si hay algo nuevo. Es agotador, pero también muy gratificante. La gente sabe que detrás de cada prenda hay una causa”.

    El valor de ayudar

    Una parte del valor que ha logrado construir se basa en la confianza, pero también en el criterio. La tienda no acepta cualquier pieza. “Nos llega ropa en muy mal estado. Eso no se puede poner en el piso de venta. Lo que no está bien, lo sacamos. Lo que lleva más de seis meses sin venderse, lo donamos. Hay sacerdotes con tiendas comunitarias donde las venden a 50 centavos o un dólar. Y eso también es valioso: le das dignidad a alguien para que compre, no que reciba limosna”.

    A medida que el consumo responsable gana adeptos, también lo hace la moda circular. El informe de la GIZ destaca que el estigma sobre la ropa usada persiste, pero ha perdido fuerza entre los jóvenes. Las mujeres de entre 18 y 25 años son el segmento más abierto a estas prácticas. También son las que más valoran la estética, el estilo vintage, la autenticidad y la historia detrás de cada prenda. Gabriela lo ha vivido de cerca: “Antes la gente te pedía que no subieras su foto si compraba en una tienda de segunda. Hoy me mandan selfis con el vestido puesto para que lo publique. La percepción ha cambiado”.

    El crecimiento de este mercado es también una respuesta al desencanto con el fast fashion. Millones de prendas terminan cada año en vertederos, mientras las marcas producen a un ritmo insostenible. “Estamos viendo cómo la conciencia ambiental se traduce en decisiones de consumo. Comprar una prenda usada, bien cuidada, es un acto político. Es decir: no necesito más, solo necesito mejor”, señala Gabriela.

    Sin embargo, hay desafíos. El modelo no es escalable fácilmente. No hay stock repetido, no hay tallas múltiples. “Cada prenda es única. Si te gusta, te la llevas. Si no, probablemente alguien más lo haga. Es una tienda para quienes disfrutan buscar, revolver, encontrar algo inesperado”.

    Gabriela gestiona personalmente las donaciones de su tienda, canalizando recursos a fundaciones. Cada prenda vendida representa una oportunidad de ayuda tangible.

    También hay barreras culturales que siguen presentes. El estudio muestra que para muchos colombianos y latinoamericanos, la procedencia desconocida de las prendas genera desconfianza. El 47 % de las personas dijo sentirse incómoda con el origen de la ropa. El 35 % asocia las tiendas de segunda mano con desorden y mal olor. Gabriela ha entendido ese miedo: “Por eso cuidamos cada detalle. Todo está limpio, planchado, curado. El local es pequeño, pero huele bien, se ve bien y se siente bien. No vendo solo ropa: vendo experiencia, vendo confianza”.

    Más allá del negocio, lo que distingue a Gabriela es su involucramiento personal. No delega el contacto con las fundaciones. Gestiona entregas, verifica necesidades, incluso actúa como canal de emergencia. “Una vez llegó una señora con el caso de una niña accidentada que necesitaba un tratamiento urgente. Vendí unas piezas mías y saqué plata de la fundación para ayudar. Tengo una cuenta interna para esos casos extremos. Aquí se mueve cielo y tierra si hay que moverla”.

    El caso de Gabriela pone rostro a una tendencia global. La moda de segunda mano crecerá un 127 % hacia 2026, según ThredUp. Pero más allá de las cifras, lo que su tienda demuestra es que se puede construir un modelo rentable y solidario a la vez. Que la ropa no tiene por qué ser nueva para tener valor. Que una tienda puede ser pequeña, pero tener impacto real en vidas ajenas.

    “A veces creo que la gente no sabe el propósito de la tienda. Ven un vestido bonito a buen precio y corren a pedirme rebaja. Pero yo sé que detrás de ese vestido puede haber una operación, una beca, una comida. No todos lo ven. Pero yo sí. Y eso basta”.

    En un rincón de Panamá, sin grandes campañas publicitarias ni celebridades asociadas, una tienda construida sobre ropa usada y propósito genuino se ha convertido en punto de encuentro para quienes quieren vestir distinto, comprar mejor y ayudar sin hacer ruido. Tal vez ese sea el verdadero lujo de esta época: no estrenar, sino encontrarle un nuevo sentido a lo que ya fue.


    Fotos por Aris Martínez

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