Hace treinta años, un niño llamado Luciano soñaba con algo aparentemente sencillo: celebrar su cumpleaños. Su diagnóstico de leucemia y las restricciones hospitalarias hacían de ese deseo una misión complicada. Sin embargo, un grupo de visionarios logró que aquel niño celebrara en McDonald’s. Así comenzó la historia de la Fundación Pide un Deseo Panamá, capítulo local de Make-A-Wish, que desde entonces ha transformado más de 2.100 vidas a través de la magia de cumplir un deseo.
“Cada deseo es un viaje emocional y logístico”, comenta Isabel Victoria Amado, directora general de la Fundación, quien lidera una organización que ha aprendido a superar protocolos médicos, desafíos emocionales y limitaciones institucionales para poner al niño y su familia en el centro de cada experiencia. Hoy la fundación concede entre 130 y 145 deseos cada año, e impacta a niños de 3 a 17 años y a sus familias. Un deseo no es un regalo aislado: es un catalizador de esperanza que irradia a médicos, enfermeras, compañeros de escuela y vecinos. “Cuando un niño recibe un deseo, su actitud cambia: va al hospital con optimismo, con ilusión. Ese cambio influye en su recuperación y en quienes le rodean”, subraya Amado.
Los deseos se dividen en cuatro categorías: quiero ser, quiero tener, quiero conocer y quiero ir. Desde convertirse en policía por un día hasta viajar a la playa con la familia, todos tienen algo en común: devolver a la niñez lo que la enfermedad amenaza con arrebatar.

En lugar de una gala tradicional, este 2025 la fundación decidió celebrar con una acción de profundo significado: cumplir 30 deseos en un solo mes. Con el lema “30 deseos, 30 años”, el reto triplicó la logística y movilizó a donantes y voluntarios. “No queríamos que nuestro aniversario fuese solo una fecha en el calendario, sino una experiencia que reafirmara nuestro propósito”, explica Amado. Para ello, la organización activó su red nacional de voluntarios en provincias como Chiriquí, Los Santos y Veraguas, y demostró que la esperanza no tiene fronteras. Empresas aliadas aportaron recursos en especie —desde vales de gasolina hasta transporte especializado—, alineando sus contribuciones con objetivos de sostenibilidad y responsabilidad social.
Evolución y profesionalización del voluntariado
Los voluntarios han pasado de ejecutores a diseñadores de experiencias. Son ellos quienes entrevistan a los niños, identifican sus pasiones y acompañan el proceso de principio a fin. Para sostener su compromiso, la Fundación ha fortalecido la formación continua en temas sensibles como acompañamiento familiar, coordinación médica y salvaguarda.
Los programas que integran a colegios y universidades siembran en los más jóvenes la semilla del voluntariado. “Ellos son la próxima generación de líderes de esperanza”, afirma Amado, y destaca cómo la comunidad académica ha contribuido a recaudar fondos y a multiplicar la visibilidad de la causa. Al inicio, cumplir un deseo era un evento puntual; hoy se entiende como un proceso terapéutico: descubrimiento, anticipación, realización y recuerdo. Cada etapa se planifica con protocolos que garantizan seguridad y calidad.
La pandemia fue un punto de inflexión que aceleró la incorporación de formatos virtuales, entregas domiciliarias y tecnologías inmersivas como la realidad virtual. Estas innovaciones mantienen la magia aun con cuidados hospitalarios prolongados.
Aunque en Panamá aún no se han publicado estudios académicos propios, la Fundación se apoya en investigaciones internacionales que demuestran los beneficios psicológicos y emocionales de los deseos: reducción de síntomas de ansiedad, incremento de autoestima y cohesión familiar. En paralelo, Make-A-Wish Panamá ha fortalecido sus sistemas de seguimiento con encuestas y relatos de casos, buscando sistematizar métricas locales que validen lo que ya se observa a diario: los deseos transforman vidas.
Como uno de los ocho países latinoamericanos afiliados, Panamá se ha destacado por su cultura de voluntariado versátil y su rol como hub logístico le ha permitido innovar en campañas regionales y gestionar deseos transfronterizos.
Los retos de la Fundación van más allá de lo logístico. Se enfrentan a realidades culturales donde la enfermedad interrumpe la niñez, limita la educación y a veces obliga a los niños a vivir en hospitales por falta de equipos en sus hogares. “Cada caso recuerda que la esperanza es una necesidad básica”, reflexiona Amado.
Cada deseo cumplido devuelve a la niñez lo que la enfermedad
intenta arrebatarle: ilusión, alegría y fuerza emocional
para continuar la batalla, rodeados de amor y optimismo.
Estos desafíos han llevado a la organización a perfeccionar su gobernanza, transparentar sus procesos y alinear sus prácticas con indicadores ESG, fortaleciendo así la confianza de donantes y aliados.
Al mirar hacia la próxima década, Make-A-Wish Panamá se propone tres objetivos clave: expandir su alcance hacia provincias y comarcas, profesionalizar aún más la gestión del “Viaje del Deseo” con tecnología y capacitación continua, y generar evidencia local que consolide su rol como referente en salud y bienestar infantil.
“Queremos una infraestructura de esperanza que garantice que cada niño en Panamá pueda soñar y ver su deseo cumplido”, concluye Amado.
Treinta años después de aquel primer cumpleaños en McDonald’s, la Fundación Pide un Deseo Panamá no solo ha cumplido más de 2.100 sueños: ha tejido una red de solidaridad que ilumina el presente y proyecta un futuro más humano.
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