El bienestar siempre ha tenido modas, pero pocas disciplinas resisten el escrutinio del tiempo. Saturado de pantallas, posturas torcidas, dolor de cuello y mentes dispersas que saltan entre notificaciones, el cuerpo dejó de ser un aliado silencioso y pasó a ser la alarma que todos prefieren ignorar. No sorprende, entonces, que millones busquen soluciones rápidas: rutinas exprés, ejercicios en plataformas digitales, música a todo volumen, movimientos repetidos sin pensar. Pero ese ruido —físico y mental— no reorganiza nada. Solo entretiene mientras el cuerpo se desordena un poco más.
Allí, paradójicamente, es donde reaparece una disciplina nacida hace más de un siglo, creada no para entretener, sino para reparar. El pilates clásico, el original, no el diluido en moda, regresa con fuerza porque responde a un problema que ninguna tendencia ha logrado resolver: la desconexión entre lo que la gente cree que hace con su cuerpo y lo que realmente hace. Para entender esa diferencia hay que retroceder al origen del método y, al mismo tiempo, observar casos actuales de quienes lo han experimentado desde el dolor, no desde la estética.
Uno de esos casos es el de Nuria García. Su historia no es un relato aspiracional ni la típica reinvención profesional que se vende en redes sociales. Es una historia de supervivencia física que explica, sin exagerar, por qué el método original funciona donde otros fallan. “Tenía una escoliosis muy grave desde muy joven. Vivía con dolor constante. Probé yoga, probé gimnasio, probé natación. Nada funcionaba. Todo me llevaba de vuelta al dolor”, recuerda. En aquel momento vivía en Dubái y buscaba simplemente no tener que someterse a otra cirugía. La primera vez que entró a un estudio de pilates clásico no buscaba una tendencia, sino alivio.

Lo encontró y eso transformó todo
Para comprender por qué hay que regresar al creador del método, Joseph Pilates, un boxeador alemán que llegó a Estados Unidos en un contexto marcado por cuerpos rotos después de la guerra. Se ha difundido la idea de que su método es una derivación de la danza, pero eso simplifica en exceso su origen. Pilates observaba animales en el zoológico del Bronx para entender articulaciones, movilidad, espacios entre vértebras. Diseñó aparatos que generaban resistencia controlada, no para “fortalecer glúteos” —como suele venderse hoy— sino para devolver funcionalidad a cuerpos lesionados. Quería crear un sistema donde todo movimiento partiera del centro, donde la fuerza interna organizara el cuerpo antes de pedirle cualquier esfuerzo.
Ese enfoque es exactamente el que Nuria encontró cuando decidió estudiar el método a fondo. “Me di cuenta de que la mayoría de los problemas vienen de malas posiciones corporales y de tener el cuerpo desorganizado. Cuando descubrí el pilates, todo empezó a encajar en mí”, cuenta. Esa palabra —organizado— es la clave que separa el pilates original de sus versiones contemporáneas. No es un concepto etéreo ni una metáfora; es un principio biomecánico: un cuerpo organizado distribuye cargas correctamente, genera espacio entre articulaciones, utiliza el centro como motor y no colapsa estructuras periféricas como la lumbar o las rodillas. La mayoría de las prácticas modernas se enfocan en la fuerza, la estética o la repetición, pero no en la alineación profunda ni en la reeducación neuromuscular.

Más que una moda
Uno de los grandes problemas de la cultura fitness actual es la obsesión por el movimiento sin intención. “Me sorprendió mucho cuando empecé a dar clases de pilates ver lo desconectadas que están las personas de su cuerpo. Incluso gente que hace ejercicio está completamente desconectada. Hacen ejercicio con distracciones, con música, sin poner atención. Se mueven, sudan, pero es superficial”, afirma Nuria. Esa desconexión es más crítica de lo que parece, porque la falta de atención conduce a compensaciones, malas posturas, movimientos ineficientes y, tarde o temprano, lesiones.
Aquí es donde el método clásico se diferencia del pilates “de moda”. En una sesión tradicional no hay pantallas ni playlists ni rutinas coreografiadas para Instagram. La persona tiene que estar presente. Tiene que escucharse. Tiene que observar cómo se alinean sus vértebras, qué músculo inicia el movimiento, cuánto espacio se genera entre las estructuras. Esa obligación de estar “aquí y ahora” no es espiritualidad, sino seguridad biomecánica. El método fue diseñado para cuerpos vulnerables, no para cuerpos perfectos; por eso es uno de los pocos sistemas que sirve tanto para atletas de alto rendimiento como para personas mayores, pacientes con párkinson o individuos con movilidad reducida. “Trabajamos con todo tipo de personas: atletas, bailarines, personas de 80 años, parapléjicos, gente con demencia, personas con lesiones de columna… el método se adapta. Es una clase para ti, no para el grupo”, dice Nuria.

Joseph Pilates diseñó su técnica para reparar cuerpos dañados; un siglo después, su enfoque de resistencia, alineación y control sigue siendo sorprendentemente actual y efectivo.
La historia de Joseph Pilates se conecta naturalmente con la de Nuria por una razón: ambos partieron del dolor y de la necesidad de resolverlo con inteligencia y no con fuerza. Pilates creó su método para ayudar a cuerpos lesionados que no podían correr ni levantar pesas. Nuria llegó al pilates para evitar una tercera cirugía. En ambos casos el resultado no fue un culto ni una filosofía improvisada: fue una estructura mecánica y mental que devolvió funcionalidad.
Ese vínculo permite entender por qué el pilates clásico no encaja con el modelo de consumo rápido que domina el wellness actual. No es inmediato, no es ruidoso, no se puede masificar sin perder todo su valor. Eso explica por qué, a pesar de la proliferación de estudios que venden una versión diluida, las personas terminan regresando a los lugares donde se respeta el método original.
Esa es, al final, la enseñanza del pilates clásico: no ofrece milagros pero sí orden. Volver a un método que exige presencia, precisión y coherencia no es tendencia; es supervivencia. Porque un cuerpo organizado no es el resultado de un momento de inspiración, sino la consecuencia de escuchar, corregir y sentir. Y eso, más allá del pilates, es lo que más escasea hoy.
El auge del pilates clásico revela una necesidad profunda: recuperar atención, estructura corporal y coherencia en una época dominada por el colapso físico y mental.
Fotos por Aris Martínez







