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    El Biomuseo se viste de sostenibilidad

    Referente global de la biodiversidad, el Museo adelanta un ambicioso plan estratégico. Ana Lucrecia Tovar preside la junta directiva de la Fundación Amador y profundiza en el acontecer de este patrimonio cultural.

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    Fotos Aris Martínez y cortesía del Biomuseo

     

    Confiesa Ana Lucrecia Tovar que hasta ahora su momento de mayor nerviosismo al frente del Biomuseo fue al principio de una conversación con Frank Gehry, el arquitecto de la obra, después de preguntarle a él: “¿Lo hemos hecho bien?”.

    Nada tenía de fácil el interrogante ante este genio creador que gracias a la intermediación de su esposa, la panameña Berta Aguilera, y a la propuesta subsecuente de la Fundación Amador, acometió durante una década la construcción de la única obra suya en Latinoamérica. La pareja canadiense-panameña estuvo en marzo del año pasado en nuestro país, en el marco de la entrega a doña Berta de la Orden Manuel Amador Guerrero —máximo honor otorgado en Panamá—, en el grado de Comendador.

    Aniversario. La celebración de los 10 años de apertura del Biomuseo incluye la exhibición Ojos en el espacio, con el apoyo de la Nasa, la Embajada de Estados Unidos y Senacyt.

    El creador canadiense veía por primera vez su obra terminada, y se complació por unos segundos antes de dar su respuesta, la cual fue fulminante: “¡No!”. Sorprendida Ana Lucrecia por la contestación, la interlocutora desplegó todavía más sus ojos, mientras que su contertulio se sonrió traviesamente para esclarecer enseguida: “¡Es que lo han hecho de maravilla!”.

    Ana Lucrecia y el arquitecto dialogaron durante una hora y media custodiados por ese árbol de higuerón que sombrea uno de los jardines del Museo y que parece mitológico por su tamaño y porque su grosor y vasto follaje testimonian el relato de la calzada de Amador.

    Es una especie de símbolo de una obra creada para promover la interdependencia entre la vida y su entorno natural. Y además se erige soberbio, casi como si fuera una trinchera contra el cambio climático. Porque la humanidad exige un paradigma basado en la conservación del planeta, y una obra como esta de Gehry, la más representantiva de la cultura panameña del siglo XXI, está llamada a liderar esa transformación.

    Sin embargo, ahora que en el país se despejaron los vientos revueltos de las protestas de noviembre y que cicatrizó ya la pandemia, lo que desconocen los panameños es que su Biomuseo apenas si sobrevivió a ambas contiendas.

    Es un héroe material, si se quiere, pero solo será una maravilla indestructible cuando mantenga su operación, por ejemplo, como lo hace el Museo El Prado español, que lleva 204 años en pie, y para ello el equipo administrativo del Biomuseo, integrado por unas 55 personas contando a la junta directiva, vienen activando un plan estratégico en busca de su sostenibilidad.

    “Quedó demostrado el impacto de ese tipo de eventualidades en el Biomuseo, que no es que simplemente se resfría sino que le da neumonía”, sostiene Ana Lucrecia Tovar, la presidenta de la Fundación Amador desde 2022. Luego, no es con paliativos que el Museo se fortificará ante el vaivén de los vientos.

    “El biomuseo es un valioso y singular centro de interpretación para facilitar la comprensión de la magnífica y frágil diversidad, que en flora y fauna conecta el hemisferio americano. Sus instalaciones son por demás un hito arquitectónico en el espacio público panameño y lo constituyen en un escenario de visita recomendada para el visitante de cualquier edad”.

    Sergio Díaz-Granados, Presidente CAF-Banco de Desarrollo de América Latina.

     

    ‘Novia’ maravilla
    Cerca de un cuarto de siglo contado desde la concepción, y próximo a una década de apertura al público, el Biomuseo sigue el derrotero trazado por dos consultorías contratadas por su junta directiva. La primera, cumplida en 2018, se enfoca en Gobierno Corporativo; la segunda, realizada en 2022 y con Ana Lucrecia como presidenta, es su Planeación Estratégica en el corto, mediano y largo plazo. “¿Y por qué?, pues porque había que vestir a la novia”.

    El ajuar nuevo seduciría a los actores internacionales cuyo propósito es el desarrollo y la cultura de los países y que para ello hacen donaciones o se vuelven sus aliados. Y con ese traje le dice al país que más que un lugar de exhibiciones y eventos, de visitas y participaciones en otros proyectos nacionales, el museo apuntaría al “conocimiento”.

    Todo marchaba según lo previsto hace seis años, hasta que la pandemia de la Covid empezó a planear por el mundo. Llegó oficialmente a Panamá en marzo de 2020, y ahí se apagaron las luces del Biomuseo, aunque no así sus dos acuarios inmensos, sin duda los más altos y costosos del país. Ambos representan los océanos Pacífico y Atlántico, donde nadan apacibles peces nativos del tamaño de una almohada.

    Considerado además un activo turístico global, antes de la Covid llegó a contabilizar la cifra en aumento de 190.000 visitantes anuales y había escalado al segundo lugar de la lista de los atractivos más frecuentados, después del Canal —aunque recuperó este sitial de acuerdo con Trip Advisor—. Los alquileres de sus salones y jardines para eventos se anularon o se pospusieron, las donaciones quedaron en suspenso, los ingresos pasaron a cero, y lamentablemente la nómina bajó de 100 a menos de 20 personas.

    Ana Lucrecia, que llegó a la junta directiva en 2017, recuerda una experiencia propia durante la pandemia y de mucha importancia para el devenir del Museo. “Formé parte de la Fundación Todo Panamá, y al mes de creada levantamos tres millones de dólares en efectivo y otros seis millones en mascarillas, medicinas, respiradores…”.

    Ana Lucrecia Tovar, presidenta de la junta directiva del Biomuseo.

    “Todo Panamá” operó según los principios de transparencia y gobierno corporativo constituyendo un fideicomiso en un banco de prestigio reconocido en el país. Su meta fue atender pacientes de Covid en sus casas y evitar el colapso de los hospitales de la capital, donde se jugaron la vida los pacientes de mayor gravedad.

    Finalizada la pandemia, la Fundación cerró sus libros contables y los entregó a una de las firmas del selecto big four en auditoría, cuyo resultado fue presentado a los donantes. “La experiencia fue un éxito”, y una gran lección para Ana Lucrecia, antes de asumir la presidencia. Ella aprovecha para exaltar ahora el liderazgo de Juan Carlos Fábrega, el presidente que la antecedió: “Su legado es que sacó adelante el Biomuseo, no lo dejó morir”.

    En línea con este legado, habla de “la sostenibilidad” como el pilar que mantendrá abierto siempre este activo del conocimiento, por lo que además de sus ingresos habituales y del respaldo infrecuente del sector oficial, redondeará su presupuesto con el apoyo de padrinos locales e internacionales.

    “Estamos gestionando la autorización denominada 501 C”, revela Ana Lucrecia, otorgada por Estados Unidos y que es a la vez un registro en el que las organizaciones sin fines de lucro pueden lograr el financiamiento de personas residentes en ese país.

    Es aquí donde gana dimensión la experiencia de Todo Panamá, que satisfizo ciento por ciento el escrutinio de los donantes. El Biomuseo prepara su incursión a mediano plazo en el mecanismo endowment fund utilizado por las oéneges para obtener recursos del altruismo. “Es que nuestra operación es cara, pero los réditos son invaluables: educación y desarrollo”, puntualiza.

    “Es un espacio para aprender sobre la biodiversidad que nos rodea. En este museo converge mucho de lo que unen a Panamá y Estados Unidos, desde la ciencia hasta la historia. La embajada de estados unidos se enorgullece de apoyar al biomuseo y la Fundación Amador en la creación de exhibiciones gratuitas. Con nuestro programa de pequeñas subvenciones de diplomacia pública, la embajada ha auspiciado proyectos como la exposición sobre los impactos del cambio climático y la instalación de 84 paneles informativos en puntos de la calzada de amador y ciudad del saber, que cuentan la historia de estos lugares con vínculos estadounidenses”.

    -Carmen Arakelian, Agregada Cultural de la Embajada de EE.UU.

    Los jóvenes
    Las oficinas administrativas están a unos pasos del Biomuseo, en el antiguo Club de Oficiales de los Estados Unidos. Su fachada se mantiene igual, según se construyó hace 83 años. Por dentro, el segundo piso parece un startup colmado de representantes de las nuevas generaciones de panameños, quienes les dedican su pasión y su tiempo al Museo, que relata la historia inmemorial del istmo. De modo que son el pasado y el futuro, citados en el presente.

    “¿Quién dice que no vuelven a cerrarse las calles o que no surjan más pandemias? Nosotros no nos limitamos a sobrevivir, así que encaramos esto con innovación y responsabilidad”, afirma Ana Lucrecia Tovar, en un salón de reuniones del primer piso del ex Club de Oficiales, rodeada de varios jóvenes y delante de un tablero cubierto de notas adhesivas de Post-Office.

    Energía. Un nutrido grupo de jóvenes profesionales de orígenes diversos pone en marcha las iniciativas del Museo.

    Cada papelito de esos contiene una palabra-código que eslabona otra de las iniciativas del Museo dirigidas a obtener recursos, y la cual resulta de su aporte en conocimientos y curaduría dirigidos a los centros de visitantes de la Autoridad de Turismo de Panamá. Esta entidad y el Banco Interamericano de Desarrollo seleccionaron al Biomuseo para consolidar la información de idiosincrasia y biodiversidad en torno a varios puntos turísticos de la ATP, como los de Boquete, Bocas del Toro y Pedasí.

    Es esta la maravillosa industria del conocimiento, la que precisamente hace sostenibles los centros de conocimiento como el Biomuseo de Panamá.

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