miércoles, noviembre 19, 2025

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    Una década de energía transformadora

    Once galas después, Panamá en Positivo ya no es solo un premio, sino un movimiento que celebra la energía, la empatía y el liderazgo con propósito, rescatando un valor que se vuelve cada vez más raro: la confianza entre quienes hacen país.

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    Panamá en Positivo

    Algunas galas deslumbran por su brillo; otras, por la energía que despiertan. Panamá en Positivo pertenece a esta última categoría. Desde hace más de una década, esta iniciativa creada por Marisol Guizado se ha convertido en una celebración anual del bien, en un espacio donde empresarios, emprendedores, líderes sociales y soñadores comparten escenario, historias y propósito. La suya no es una gala convencional: no hay competencia agresiva ni discursos ensayados. Lo que hay es algo más difícil de construir y más poderoso de mantener: una vibra colectiva que inspira.

    Cada año, cuando las luces del escenario se encienden, sucede algo que parece poco habitual en el mundo empresarial. Los asistentes no llegan por protocolo: llegan con ganas de estar. Algunos vienen de provincias, otros del extranjero, muchos son ejecutivos de alto nivel. Pero esa noche todos se reconocen como parte de una misma tribu. “Aquí la gente no viene a figurar; viene a sentirse parte de algo”, dice Marisol Guizado. “Y eso se siente. Es una energía diferente”.

    Esa energía —intangible, pero evidente— es el verdadero motor de los premios. Lo que comenzó como una idea espontánea en una cabina de radio terminó convirtiéndose en una de las plataformas de liderazgo más respetadas del país. Porque hace trece años, sin grandes planes, Guizado decidió crear un programa de radio que hablara de noticias positivas en medio de un panorama dominado por la queja y la polarización. El espacio se llamaba Cambio en Positivo y, tres meses después, adoptó el nombre que marcaría su destino: Panamá en Positivo.

    Lo que vino después no estaba en ningún guion. A medida que las entrevistas con emprendedores, empresarios y líderes sociales se multiplicaban, surgió una pregunta inevitable: ¿cómo reconocer a toda esta gente que trabaja por el bien sin esperar reflectores? La respuesta fue la gala.

    En 2015, con el apoyo del empresario Juan Carlos Tapia, se celebró la primera edición. Fue una noche sencilla, casi improvisada, pero cargada de entusiasmo. Tapia financió aquella primera experiencia. “Fue muy fácil”, recuerda Guizado, pero al año siguiente la historia cambió. Cuando le tocó organizar la segunda gala, Tapia le dijo: “Tú quieres ser emprendedora, ahora busca tu propio camino”.

    El duro camino del aprendizaje

    Fue un golpe de realidad, pero también el punto de inflexión que definiría la esencia del proyecto. “Ese año pensé que no iba a poder seguir”, cuenta Guizado. “Pero entendí que las cosas grandes solo crecen cuando uno aprende a sostenerlas con esfuerzo”.

    Desde entonces, cada edición ha sido una lección de resiliencia, fe y disciplina. Hubo años difíciles —como el de la pandemia, o cuando el lugar de la gala se incendió días antes del evento—, pero también momentos de expansión inesperada: nuevas categorías, mayor alcance, y una comunidad de empresarios que empezó a sumarse no por visibilidad, sino por “afinidad espiritual”.

    Once galas después, la evolución es evidente. Lo que alguna vez fue un experimento comunicativo es hoy una marca consolidada, con junta directiva, consejo asesor y un proceso de selección transparente. La organización recibe cada año decenas de postulaciones de todo el país, revisadas por un jurado compuesto por presidentes de bancos, directores de multinacionales y empresarios de trayectoria. Ninguno cobra un centavo por participar; al contrario, muchos aportan recursos personales para hacer posible la gala.

    “Yo creo que eso es lo que más me conmueve”, confiesa Guizado. “Todos ellos podrían estar en otro lugar, pero eligen estar aquí. Y cada año lo hacen con más compromiso”. Hay algo profundamente humano en lo que ocurre durante la gala. Los líderes, que acostumbran a habitar espacios formales o cargados de protocolo, se muestran de una forma distinta. Se ríen, se abrazan, se aplauden sin cálculo. Ese ambiente de confianza termina generando conexiones que trascienden lo simbólico.

    “Los empresarios aquí se relajan. Se sienten parte de algo que los reconecta con su propósito”. Esa vibra —que algunos describen como una energía luminosa, otros como un contagio emocional— se ha convertido en la firma del evento.

    El fenómeno se explica, en parte, por la autenticidad que rodea a la marca. No hay alfombra roja vacía, sino historias reales. No hay discursos de vanidad, sino gratitud. Y esa diferencia ha hecho que Panamá en Positivo conserve algo que otros premios pierden con el tiempo: credibilidad.

    Panamá en Positivo nació de una idea pequeña: destacar lo bueno. Hoy es una red nacional donde los líderes más influyentes se reúnen para celebrar la integridad y la inspiración colectiva.

    Cada año, la gala reconoce más de 65 nominados en distintas categorías, desde innovación social hasta sostenibilidad, liderazgo empresarial, educación o cultura. Pero el valor de los premios no se mide solo en números: está en lo que ocurre después. Los ganadores suelen experimentar un antes y un después.

    El caso de Fondatiki, ganador de la décima edición, es emblemático. Su fundador consiguió inversionistas y visibilidad internacional tras ser premiado. A él se suman decenas de ejemplos: proyectos turísticos como Caminando PTY, que obtuvo un contrato en Mallol Arquitectos gracias a su exposición en los premios, o una exnominada de la provincia de Herrera que fue contactada por un inversionista francés para desarrollar un hotel.

    Esas historias confirman que los premios no son un final, sino un punto de partida. “La gente no viene solo a recibir una estatuilla”, dice Guizado. “Vienen a conectarse. Aquí se crean vínculos, negocios, amistades. La gala es una terapia colectiva donde todos salen con energía renovada”.

    El público también forma parte activa. En la última edición se registraron 266.000 votos a través de la plataforma digital, un récord nacional que demuestra la confianza que la ciudadanía deposita en el proceso.

    No se trata de un simple like: votar implica ingresar al sitio, leer las historias y decidir conscientemente a quién apoyar. Es participación real, un reflejo de la credibilidad que la marca ha construido durante más de una década.

    Durante once galas, Panamá en Positivo ha reunido a líderes, empresarios y emprendedores en una gala donde la energía y la autenticidad pesan más que los discursos. Una noche que celebra el poder del propósito y el impacto humano detrás de cada historia.

    El salto internacional y la economía de la confianza

    El éxito no se ha quedado en casa. En 2026 se celebrará la primera edición internacional: Ecuador en Positivo, una expansión natural que confirma el potencial de esta plataforma como modelo regional. El formato será el mismo: un jurado multidisciplinario, una gala con propósito y un mensaje que cruza fronteras.

    “Más que una franquicia, es una forma de contagiar el mensaje”, dice Guizado. “Queremos demostrar que premiar el bien también genera desarrollo”. Ya hay señales de reconocimiento global. Premios Juventud, de Univisión, en Estados Unidos, contactó recientemente a la organización panameña para pedirle referencias sobre líderes emergentes. Esa conexión simboliza algo más grande: Panamá en Positivo ya no es solo un evento; es una voz autorizada en el ecosistema de liderazgo.

    Pero si hay algo que distingue a los premios, más allá de sus cifras y reconocimientos, es su manera de construir confianza. Porque en un mundo empresarial donde las alianzas se negocian con contratos, Panamá en Positivo ofrece un modelo distinto: una economía emocional basada en la credibilidad personal. Los empresarios que participan lo hacen sin intereses ocultos. Se ofrecen apoyo mutuo, colaboran, se recomiendan. Guizado lo llama “una red de energía limpia”.

    “Los jurados no sólo eligen ganadores, tejen relaciones”, explica. “A veces uno ve a un presidente de banco abrazando a un emprendedor que apenas empieza, y se da cuenta de que eso es lo que realmente mueve al país”.

    Más que un reconocimiento, los premios se han convertido en un punto de encuentro entre quienes impulsan el cambio desde la empatía. En cada edición, la buena vibra y la confianza colectiva se traducen en alianzas, oportunidades y nuevas formas de liderazgo.

    Ese espíritu colaborativo es la razón por la que el proyecto ha sobrevivido sin depender de modas ni patrocinios masivos. La marca se sostiene sobre una idea poderosa: que el éxito no necesita gritar para ser auténtico. Que la bondad, bien gestionada, también es una estrategia de crecimiento. En el fondo, Panamá en Positivo es mucho más que una gala. Es una declaración de principios, una historia colectiva contada a través de cientos de vidas que creen que se puede hacer las cosas bien y prosperar sin renunciar a la ética.

    Cada año, cuando se apagan las luces del escenario, queda algo más que aplausos: queda la sensación de haber participado en un ritual de gratitud. Los asistentes lo describen como una noche luminosa, una descarga emocional que reconcilia con la idea de país.

    Esa es la magia —o la vibra, como la llama Marisol Guizado— que explica su éxito. No es una fórmula ni una estrategia. Es la suma de voluntades alineadas con una misma frecuencia.

    Porque, al final, premiar el bien no es un acto simbólico: es un acto político, económico y humano. Así,en tiempos donde la confianza se erosiona con facilidad, reconocerla puede ser el gesto más revolucionario de todos. 


    Fotos por VISION STUDIO y Octavio Frauca

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