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    Chris Lenz, apostando por el istmo

    La mente detrás del hotel La Compañía, la sensación del Casco Antiguo, es la de un hombre motivado por dejar un legado. Chris Lenz ha hecho su misión de convertir a Panamá en un destino turístico único con sus proyectos e inversiones. Ahora empieza su nueva travesía: un oasis en El Valle de Antón.

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    Chris Lenz, empresario y hotelier de Toronto, Canadá, es energía pura. Habla rápido, trabaja incansablemente, pero sus ideas y sus palabras son claras, muestra de que su mente y su cuerpo están en sincronía. Él es la persona responsable del hotel La Compañía, que abrió a mediados de 2022 y que no ha parado de recibir elogios y expresiones de asombro de todo el que lo visita. 

    Ciudadano del mundo 

    La historia de Lenz es digna de una película. Creció en el mundo de la hospitalidad: sus padres eran chefs y tenían una mansión renovada donde recibían huéspedes, y él dejó su sueño de estudiar arquitectura yéndose a Europa para trabajar en hoteles y para también ser chef, de manera que pudiera manejar el negocio familiar. Estuvo varios años en Suiza, Italia y Alemania, y cuando su padre le pidió que regresara porque necesitaba su ayuda, él le pidió dos años más. Eligió irse a Asia, lleno de lugares exóticos e interesantes, y de una guía de turistas sacó una lista de hoteles a los cuales aplicó para trabajar. 

    Se estableció en Hong Kong y pronto recibió una oferta de la cadena Omni Hotels para ser gerente de alimentos y bebidas para sus hoteles en la región. Estuvo con ellos nueve años, y a los treinta ya había llegado al tope de su carrera. Entonces, se embarcó en su primer proyecto propio, algo totalmente diferente, lo cual sentó las bases para lo que haría años después en Panamá. 

    Imaginen esto. Igor’s era un restaurante temático de horror, con cena y show. El club empezaba con una casa embrujada llena de cuartos con monstruos y sorpresas, para llegar al salón principal, donde los invitados se sentaban frente a un escenario, en una mesa larga, para una cena con entrada, plato principal y postre. Había actuaciones temáticas y luego una banda de rock disfrazada de esqueletos tocaba música. Fue un éxito rotundo. Lenz era el host, disfrazado a veces del vampiro Lestat, con colmillos que se mandó a hacer con un dentista. Como sus meseros también eran actores durante el show, para ahorrar costos, él patentó su “Lazy Lenz”, una variación recta de la sobremesa circular Lazy Susan que se acostumbra en los restaurantes chinos para servir platillos. Algunas estatuas fueron hechas por los de Madame Tussauds. Sus operadores de humo habían trabajado en producciones de Andrew Lloyd Webber.  

    “La verdad es que me gusta echarle polvo de hadas a mis proyectos, me gusta crear, el dar a luz a las ideas”.

    Sus inversionistas estaban contentos y eso llevó a que Lenz creara un pequeño imperio con más de treinta restaurantes, bares y clubes en Hong Kong. Abrió también un negocio de importación de alimentos, junto con otro de producción de comida. En el verano de 1998 tenía más de veinte mil reservas. El siguiente paso fue importar Igor’s a Singapur, lo cual hizo pieza por pieza. Pero, en 2006 se hartó y vendió todo a una cadena de cafeterías. ¿Por qué? En sus palabras: “El trabajo se me empezó a hacer tedioso. Me levantaba en las mañanas y no estaba emocionado, y si no tenía esa emoción, esa energía, no podía transmitirla, y seguro otro lo haría”. 

    Nuevos rumbos y descubrimientos 

    A estas alturas ya estaba casado con su esposa Vicky, una hongkonesa de ascendencia india, y tenían dos hijos. El siguiente paso fue construir un velero de lujo de 104 pies. “La ingenuidad con la ambición es una combinación tóxica”, señala Lenz, quien contra todo pronóstico hizo este bote en tres años con cien personas entre Malasia y Tailandia, rodeado de musulmanes extremistas. Al final él y su familia navegaron alrededor del mundo (más de 40 países en un par de años), con una maestra de mandarín para sus hijos mientras su esposa les hablaba en cantonés y él en inglés. 

    Pasando “de regreso a Tailandia” por el Canal de Panamá, decidieron quedarse un rato en el país, pensando que a sus hijos les vendría bien aprender español. Él no tenía idea de Panamá. “¡¿Cómo mantienes secreto todo un skyline?!”, exclama por el desconcierto de no saber nada de una ciudad tan moderna a través de todas sus andanzas y conexiones internacionales. 

    Seis meses después, Lenz se sentía aburrido y odiaba Panamá. Tras reflexionar, entendió que en realidad se estaba odiando a sí mismo por estar ocioso. En un paseo por Casco Viejo, pensando en comprar una propiedad para hacer un local comercial y unos apartamentos, ¡el empresario terminó comprando una cuadra entera! Y no cualquiera: era el sitio del convento y la iglesia de La Compañía de Jesús, la base colonial de los jesuitas en el istmo hasta 1767. 

    El hotel La Compañía cubre una cuadra entera en la avenida A de Casco Viejo y fue un proyecto que tomó casi diez años en concretarse.

    Allí comenzó un proceso de casi una década para crear el hotel La Compañía, un megaproyecto hotelero como ningún otro en el país, basado en las ideas y las capacidades que Lenz había adquirido. Según recuerda: “HLC se convirtió en una obsesión. Lo que se ve hoy no es lo que yo pensaba cuando compré la propiedad. Estuve años batallando contra la burocracia, y en ese tiempo aprendí más. Investigué el convento, ¿quiénes eran los jesuitas? ¿Qué carajo es la Compañía de Jesús? Empecé a visitar otros conventos, aprendiendo y aprendiendo, y ahora sé más que la persona promedio, solo como consecuencia”. 

    Luego, sintió un compromiso mayor, uno con la historia y con la cultura: “Cuando me di cuenta de que estaba restaurando un edificio de 1688, y que era un convento… yo no soy una persona muy religiosa; respeto la religión, pero si voy a restaurar algo que era religioso y de la época colonial, quiero hacerlo bien. Y esa se convirtió en la misión. Y todo el concepto comenzó a cambiar conforme fui aprendiendo de la historia de Panamá. Compilé una librería digital de más de siete mil imágenes; imprimí y enmarqué 2,200 fotos. ¿Sabes cuánto tiempo toma eso? La gente pensaba que estaba loco, pero me importó un bledo. Casi nadie creyó la visión que tenía”. 

    Esa visión está hoy manifestada en un hotel de lujo con tres alas temáticas inspiradas en España, Francia y Estados Unidos, y su historia con Panamá. Tiene cinco restaurantes y dos bares, 88 habitaciones, una boutique, una galería de arte, y cada rincón está lleno de tantos detalles históricos y artísticos que es considerado un “museo viviente”. Tan solo los dos enormes murales paralelos de mármol blanco en el lobby, que representan a Vasco Núñez de Balboa de un lado y a Henry Morgan del otro, o la mesa en la cava de vinos hecha con una madera de más de 400 años rescatada del convento original, marcan la intención de este hotelero sin igual. 

    “Estábamos creando cosas que a nivel local la gente nunca había visto. Llegué a importar más de 60 contenedores de 40 pies con obras hechas por mis proveedores y artesanos en Asia, todas basadas en mi research. Pude satisfacer mi propia adicción a la creación. La verdad es que me gusta echarles polvo de hadas a mis proyectos, me gusta crear, dar a luz a las ideas”, reflexiona Lenz. 

    También encontró otra motivación personal, ya que hasta el momento sus dos hijos solo conocían a un padre que tenía un yate y vivía una vida fácil. Reconoció que estaba dándoles un mal ejemplo y quería demostrarles que podía convertir un sueño en realidad. Sobre la paternidad, señala que a los hijos “si solo les damos cosas les quitamos la habilidad de tener logros. Puedo llevarlos al monte Everest y tomarles una foto, pero no significaría nada, les estaría quitando la habilidad de subir una montaña. Ese no es mi deber como padre. Mi deber como padre es darles la oportunidad de sobresalir”.

    Sus diversos restaurantes y bares ofrecen diferentes ambientes y experiencias temáticas basadas en la historia de Panamá. El equipo de diseño y construcción fue internacional, y el hotel ha dado un nuevo estándar de trabajo a muchos profesionales panameños.

    Apostando por Panamá 

    Un año más tarde abrió Villa Ana, un club privado tan exclusivo que no se puede entrar con teléfonos celulares o cámaras. Está en una casa aledaña al hotel en Casco, y su decoración y ambiente, basados en el estilo de la propietaria original, son algo digno de Londres o Nueva York, pero netamente panameños. 

    El siguiente gran proyecto de Lenz en Panamá es la transformación total del pintoresco hotel Los Mandarinos en El Valle de Antón. Listo para abrir a finales de año, y también asociado a la línea de hoteles de lujo Unbound Collection de Hyatt, será un espacio de arte y bienestar, una especie de spa temático con un jardín de esculturas, todo diseñado por él. Su idea es vender experiencias y lujo, una combinación ganadora que antes no se había manifestado con tanta claridad en Panamá.  

    El empresario hotelero está consciente de que está innovando, de que lo que hace es una apuesta. Sin embargo, si la apuesta corre a su favor, sabe que tanto el público como los inversionistas verán a este pequeño istmo con otros ojos, y que querrán venir a conocerlo.

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    Fotos: Cortesía

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