miércoles, septiembre 17, 2025

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    Los corales, catedrales vivas del océano

    Los arrecifes sostienen la biodiversidad, protegen costas y generan oxígeno. Reef2Reef Restoration Foundation Panamá lidera la restauración activa y abre paso a la economía azul, un modelo donde conservar el mar se convierte en inversión estratégica para el futuro del planeta.

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    Cuando se habla de ecosistemas críticos para la vida en la Tierra, la mayoría de las miradas suelen dirigirse hacia los bosques amazónicos, los glaciares en retroceso o las grandes sabanas africanas. Sin embargo, existe un entramado silencioso y vibrante que sostiene buena parte del equilibrio planetario: los arrecifes de coral. Estas estructuras submarinas, que a primera vista parecen esculturas inertes, son en realidad auténticas catedrales vivas que concentran el 25 % de la biodiversidad marina conocida, pese a cubrir menos del 1 % del lecho oceánico. Allí se reproducen peces, se resguardan especies en peligro, se filtran aguas y se amortiguan las olas que de otro modo arrasarían con las costas.

    En cifras simples, los corales sostienen nuestra mesa y nuestra respiración. “El
    25 % de los peces que consumimos depende de los arrecifes para reproducirse o resguardarse”, explica Jean Carlo Blanco, director ejecutivo de Reef2Reef Restoration Foundation Panama. “Y entre el 50 % y el 85 % del oxígeno que respiramos proviene del océano, un ciclo en el que los corales juegan un rol crucial”. Sin corales, la seguridad alimentaria de millones de personas estaría en riesgo.

    “Los arrecifes no son paisajes submarinos: son fábricas de vida y oxígeno para nuestro planeta”. Jean Carlo Blanco, Director ejecutivo de Reef2Reef Restoration Foundation Panama.

    El otro pilar es económico: el turismo de sol y playa, ese que nutre a gran parte del Caribe y el Pacífico tropical, depende de aguas cristalinas y biodiversidad marina visible. El atractivo de bucear o hacer snorkel en ecosistemas saludables genera miles de millones de dólares en ingresos cada año. Sin embargo, basta con observar las playas del Atlántico panameño para entender que ese capital natural está amenazado. El incremento de la temperatura del agua, el aumento del nivel del mar, la acidificación oceánica y, sobre todo, la mala planificación costera, han erosionado uno de los mayores patrimonios ambientales del país.

    La situación se agrava por prácticas terrestres insostenibles. En Panamá, buena parte de la sedimentación que entierra los arrecifes proviene de actividades agrícolas y ganaderas mal planificadas. Los agroquímicos llegan a los ríos y, de ahí, a las costas; la deforestación elimina barreras naturales y la urbanización descarga aguas grises y negras directamente al mar. La avenida Balboa es un ejemplo elocuente: bajo su imponente skyline, las aguas son imposibles de usar por la ausencia de un sistema integral de tratamiento. “Si Panamá hubiera planificado mejor su desarrollo urbano, hoy podríamos bañarnos en la avenida Balboa como si fuera Copacabana”, comenta Blanco, poniendo en evidencia la magnitud de las omisiones históricas.

    A este panorama se suma un problema global. Los arrecifes del mundo han perdido cerca del 50 % de su cobertura en los últimos treinta años y, según estudios de la ONU, si la temperatura global aumenta 1,5 °C por encima de los niveles preindustriales, entre el 70 % y el 90 % de los arrecifes podrían desaparecer antes de 2050. No se trata solo de un drama ecológico, sino también de un colapso económico y social que afectaría a más de 500 millones de personas que dependen directa o indirectamente de los corales.

    En este contexto, Panamá se convierte en un laboratorio clave. No solo por su ubicación geográfica —puente natural entre dos océanos—, sino también porque aún conserva ecosistemas capaces de regenerarse si se actúa con rapidez. Allí entra en escena Reef Panamá, la primera fundación dedicada a la restauración activa de corales en el país, un esfuerzo que une ciencia, legislación, educación y alianzas internacionales.

    Trabajando por la restauración activa y leyes pioneras

    A diferencia de otros programas de conservación que se limitan a monitorear,
    Reef2Reef Restoration Foundation Panama trabaja en la restauración activa de corales. “Lo que hacemos es un banco genético marino: clonamos corales, creamos reservas y los replantamos cuando un ecosistema se ve afectado”, resume el director de la fundación.

    Y no operan en solitario. Sus esfuerzos han estado respaldados por convenios con universidades de Brasil y Colombia, con la Embajada de Estados Unidos y la de Holanda, así como con instituciones locales como la Universidad Marítima Internacional de Panamá. Gracias a estos vínculos, estudiantes nacionales pueden realizar tesis de licenciatura con experiencia real de campo, mientras reciben mentoría de posgrados extranjeros que llegan al país a hacer pasantías. La educación ambiental, de hecho, es uno de los pilares estratégicos de la organización.

    En 2022, Reef2Reef Restoration Foundation Panama fue parte del movimiento que impulsó la Ley 304, que protege los corales y ecosistemas colindantes en el país. Hoy, en 2025, esa ley ya no es un texto en papel: se encuentra en implementación nacional gracias a una licitación del Banco Interamericano de Desarrollo, en alianza con una consultora española. Este avance ubica a Panamá en una posición de liderazgo legislativo en materia de protección marina, algo que contrasta con los vacíos históricos de planificación urbana y costera.

    El trabajo de la fundación también se proyecta hacia la comunidad. En la costa, junto con Urban Sustainable Lab —un programa dentro de la Ciudad del Saber—, desarrollan iniciativas para cosecha de agua, manejo de desechos sólidos y búsqueda de soluciones para aguas grises y negras que hoy desembocan sin tratamiento en el mar. Estas acciones apuntan a un modelo de sostenibilidad integral: no basta con salvar corales si la tierra sigue contaminando los ríos y las costas.

    El impacto se mide también en capital humano, formando un puente entre ciencia, empresa privada y estudiantes. A través de la Cámara Marítima, ha vinculado a compañías que se benefician directamente de los océanos con programas de sostenibilidad. “Quienes lucran del mar deben reinvertir en su protección”, recalcan, subrayando el principio ético detrás del modelo.

    La economía azul transforma la conservación marina en inversión estratégica con impacto global y local.

    Todo este esfuerzo se desarrolla bajo una certeza incómoda: la restauración de corales no es un invento reciente, sino una práctica conocida desde hace más de 35 años en países con fuertes presupuestos ambientales. Panamá llega tarde, pero llega en un momento en que los océanos se han vuelto prioridad global. Las Naciones Unidas declararon la década 2020–2030 como la Década de las Ciencias Oceánicas, un marco que concentra presupuestos y atención internacional en el mar. En ese tablero, iniciativas como Reef2Reef Restoration Foundation Panama tienen la oportunidad de convertirse en catalizadores de innovación, ciencia aplicada y políticas públicas.

    Hacia la economía azul

    El futuro de los océanos no puede depender únicamente de la voluntad científica o del activismo ambiental. Necesita mecanismos económicos que conviertan la conservación en una opción viable y rentable. Aquí entra el concepto de economía azul, una evolución de lo que décadas atrás fue la economía verde asociada a los bosques. Si cada kilómetro cuadrado de selva protegida podía traducirse en créditos de carbono, hoy se busca que cada hectárea de arrecife, pasto marino o manglar pueda convertirse en activo financiero que capture carbono y, a la vez, reciba inversiones para su preservación.

    “El océano captura mucho más carbono que los bosques. Si la economía verde funcionó, la azul debería ser aún más poderosa”, explica Jean Carlos. La afirmación resume el giro estratégico que hoy mueve a bancos de desarrollo, multilaterales y ONG de conservación en todo el mundo.

    El Centro Andino de Fomento y el Banco Interamericano de Desarrollo ya han emitido bonos de economía azul por 100 millones de dólares. La lógica es sencilla: las empresas que generan grandes cantidades de carbono pueden compensar sus emisiones financiando ecosistemas marinos que los capturan de manera más eficiente que los bosques. Dado que el 70 % del planeta es océano y apenas el 20 % de la tierra firme es bosque, el potencial es exponencial.

    Para Panamá, esto representa una doble oportunidad. Por un lado, el país está registrado como carbono neutro gracias a su cobertura boscosa y marina, lo que le permite ofrecer excedentes de captura al mercado internacional. Por otro, sus ecosistemas marinos —aún en riesgo, pero vivos— pueden convertirse en activos estratégicos si se logra estructurar un inventario nacional de captura de carbono marino. Ese inventario permitiría vender créditos a industrias extranjeras, mientras el capital generado se inyecta en proyectos de conservación como Reef2Reef Restoration Foundation Panama.

    La fundación promueve conocimiento coralino con programas educativos que acercan a jóvenes y profesionales al ecosistema marino, fomentando conciencia y nuevas vocaciones en conservación y restauración ambiental.

    El potencial de mercado es vasto. A nivel global, se estima que las empresas destinan cerca de 98 billones de dólares en programas de responsabilidad social empresarial. En Panamá, unas 1.500 compañías grandes están obligadas a destinar parte de su presupuesto a iniciativas con impacto positivo en comunidades y ecosistemas. Si esos fondos se canalizan hacia proyectos de economía azul, la conservación pasará de ser un costo marginal a un motor de innovación y financiamiento.

    En paralelo, la discusión de la economía azul abre una dimensión cultural. ¿Podemos seguir hablando de turismo sostenible en un mundo que exige regeneración más que conservación? La experiencia panameña muestra que la sostenibilidad no siempre basta: es necesario un turismo regenerativo, donde cada visitante contribuya directamente a proyectos de restauración y ciencia aplicada. Es la única manera de reconciliar la industria turística con la fragilidad de los ecosistemas marinos.

    De aquí a 2030, el horizonte es claro. Si la economía azul logra consolidarse, los corales no solo serán vistos como maravillas naturales o barreras contra tormentas, sino como activos estratégicos capaces de atraer inversiones, sostener comunidades y garantizar la vida en el planeta. En ese escenario, Panamá puede convertirse en un referente regional, no por la magnitud de sus arrecifes —más pequeños que los australianos o caribeños—, sino por la manera en que se atreva a protegerlos e integrarlos en un nuevo modelo económico.

    “Los corales son más que organismos calcáreos: son la base de un futuro posible”, resume Blanco. Su frase condensa la esencia de este esfuerzo: aunque llegamos tarde, aún estamos a tiempo de actuar. 


    Fotos cortesía

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