jueves, agosto 14, 2025

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    El filosofo del pádel, Nito Brea

    En un deporte que premia la reacción y la espectacularidad, él enseña a pensar. Su legado no son golpes perfectos, sino jugadores que entienden el juego y respetan el proceso.

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    Hablar de ciertos entrenadores es hablar de una manera distinta de entender el deporte. Exjugadores profesionales, formadores metódicos y guías de atletas consagrados no se limitan a enseñar golpes: piensan el juego, impulsan procesos de transformación personal y deportiva. Sus historias, cruzadas por decisiones firmes, renuncias oportunas y mucha cancha, son también historias de vocación.

    La carrera de Nito comenzó cuando el pádel apenas se asomaba como deporte profesional en Argentina. Eran los años noventa, no existían academias especializadas ni planificación física individualizada. Se entrenaba con lo que había. Y, en ese contexto, él se abrió paso con inteligencia táctica, lectura de juego y una capacidad poco común para adaptarse. “Nunca fui el más potente, pero entendía qué pasaba en cada punto”, resume con claridad. Jugó al lado de figuras como Julio Nigrelli y Gabriel Reca, con quienes compartió años de evolución. Pero, incluso en esos tiempos, su mirada era distinta. Observaba más que hablaba, tomaba nota mental de los errores, analizaba patrones. Jugaba y pensaba al mismo tiempo.

    Con más de 25 millones de jugadores en el mundo, el pádel impulsa una industria global donde la formación es clave para sostener nivel, espectáculo y negocio.

    Con los años, esa lectura del juego se convirtió en método. Una vez retirado del circuito, Nito volcó todo su conocimiento en un sistema de formación que va mucho más allá del golpe. “No se trata de enseñar golpes, sino de enseñar a pensar el juego”, repite como mantra. Lo importante no es solo ejecutar bien, sino entender por qué se hace lo que se hace. Ese criterio, esa capacidad de diagnóstico, es lo que él busca desarrollar en sus alumnos.

    Fundó su academia en Buenos Aires con esa visión. Allí no se prioriza el lucimiento individual ni la competencia precoz, sino el proceso. Los jugadores aprenden a leer el juego antes de ser eficaces. Se corrigen errores, pero también se acompaña emocionalmente. “El formador es un espejo. Si no sos coherente, los jugadores lo notan”, dice. Esa coherencia es su marca registrada. Cada clase es también una oportunidad para enseñar respeto, foco y reflexión. Su trabajo no se limita a corregir golpes: busca formar personas.

    La Academia Pedemonte es reconocida por su enfoque progresivo: formar desde la base, respetando los tiempos de cada jugador y priorizando la comprensión táctica por encima de la ejecución mecánica.

    Panamá y su complejidad

    Su enfoque no se detuvo en Argentina. Con el tiempo, empezó a viajar por el mundo llevando esa filosofía de juego a cada vez más lugares. En Panamá, por ejemplo, encontró jugadores entusiastas y también grandes desafíos. El clima, particularmente la humedad sobre los cristales, genera un juego distinto. Las bolas no rebotan como deberían, la defensa se hace difícil y se instala una lógica de urgencia por subir a la red. “Eso condiciona el estilo. Se juega más por reacción que por construcción”, observa. Pero lo más delicado, según él, es la estandarización del error. “Cuando todos cometen el mismo error, nadie lo ve. Pero cuando compiten afuera, aparecen todos”.

    A pesar de eso, Nito valora el potencial del país y destaca el trabajo serio de entrenadores jóvenes. Para él, el crecimiento de un deporte no depende de tener un gran talento individual, sino de generar estructura. Una federación funcional, un sistema de formación coherente, academias comprometidas con el largo plazo. En ese camino está convencido de que Panamá puede crecer, siempre que el entusiasmo se canalice con método.

    Nito y Delfi Brea mantienen un vínculo entrañable basado en la confianza, el respeto y el amor por el pádel.

    Uno de los capítulos más personales de su carrera ha sido, sin duda, su relación con Delfina Brea. La vio pegarle por primera vez a una pelota, la entrenó durante años, la llevó por el camino del alto rendimiento. Pero también supo dar un paso atrás cuando llegó el momento. “No es fácil ser papá y entrenador. Pero traté de ser más papá que técnico.” Hoy Delfi es una de las mejores jugadoras del mundo, y aunque él ya no la entrena, sigue siendo su guía silencioso. Hablan de pádel, se consultan, se escuchan. Pero Nito prefiere hablar de otra cosa. De su carácter. De su respeto por los rivales. De lo mucho que la quieren sus colegas. “Eso es lo que más me emociona. Que no haya perdido su esencia”.

    A sus más de cincuenta años, Nito Brea sigue formando. Da cursos, escribe, diseña programas de capacitación, observa. Su trabajo ya no está en las luces del circuito, pero sí en cada cancha donde un jugador empieza a entender por qué las cosas suceden. Su mirada paciente y su método progresivo son hoy referencia obligada para quienes buscan otra manera de enseñar. Cree, con firmeza, que el conocimiento que no se transmite se pudre. Por eso comparte. Por eso no para.

    Cuando se le pregunta qué es lo más difícil de ser formador, no duda en responder: saber cuándo enseñar. “Todos quieren enseñar cosas nuevas todo el tiempo. Pero no todo se enseña junto. Como en la universidad, hay materias correlativas. No podés enseñar volea si el jugador no tiene defensa. No podés enseñar ataque si no sabe leer al rival. Lo más difícil es esperar el momento justo”.

    Ese pensamiento lo ha llevado a ser escuchado y respetado no solo como entrenador, sino como figura con una visión integral del deporte. Su voz pesa entre sus alumnos, jugadores y técnicos en formación. No porque grite, sino porque piensa. Y en un tiempo donde la urgencia manda, su calma formativa es casi una rareza. Nito no enseña a ganar partidos. Enseña a entenderlos. Y con eso gana mucho más.

    En una industria cada vez más profesionalizada y competitiva, su enfoque tiene impacto real: jugadores más inteligentes, entrenadores más preparados y estructuras que apuestan por el desarrollo sostenido, no por atajos.


    Fotos cortesía

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