jueves, abril 17, 2025

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    Abdiel Blanco, la resurrección de Panamá

    De una federación sin balones ni cuentas bancarias, a una selección que vuelve a ilusionar a todo un país. La historia de cómo Panamá reconstruyó su baloncesto desde el caos institucional hasta vencer a Brasil y soñar con el Mundial.

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    La noche en que la selección panameña de baloncesto le ganó a Brasil en casa, algo se rompió en el aire. No fue solo el invicto del gigante sudamericano. Fue una pared invisible, una de esas que se levantan con los años de frustración, abandono y silencio. En el gimnasio Roberto Durán, el mismo que había quedado vacío durante años de desorden institucional, la gente volvió a gritar. A creer. Y, sobre todo, a ver un futuro que hasta hace poco parecía imposible.

    Panamá había tocado fondo. Literalmente. En 2023, la selección no se presentó al preolímpico en Argentina. Ni siquiera viajó. Abdiel Blanco Justavino, presidente de la Federación Panameña de Baloncesto, recuerda que “el peor de los fracasos no es perder. Es ni siquiera presentarse”.

    Cuando Blanco asumió la presidencia, la federación no tenía cuenta bancaria ni correo institucional ni redes sociales. “No teníamos ni balones”, confiesa. Lo que había era desorden, audiencias penales pendientes de la directiva anterior y una selección abandonada por sus propios jugadores, hartos de promesas rotas y malas gestiones. Hasta Nike se había retirado como patrocinador.

    “Lo que hicimos fue empezar desde cero. Literal. Abrimos nuevas cuentas, nuevas redes, nuevos canales de comunicación. Teníamos que reconstruirlo todo: lo deportivo, lo institucional y lo simbólico”.

    El plan no era fácil ni rápido. Pero tenía una lógica clara: recuperar la credibilidad. Primero, cumplieron con ir a los Juegos Panamericanos en Chile, aunque con una selección local y sin grandes nombres. Era necesario mostrarse, estar presentes, empezar a enviar señales. Luego, vino el gran desafío: la clasificatoria a la Americup.

    “Estábamos en el último bombo. Bombo 4. Nos tocaban Brasil, Uruguay y Paraguay. Era un grupo durísimo, pero clasificaban tres de cuatro, así que había esperanza”.

    La primera ventana FIBA fue un balde de agua fría. Dos derrotas ante Uruguay. Pero algo se movió. Algunos internacionales habían venido y se fueron con una impresión distinta. “Nos llamaban y nos decían: ‘Este cuerpo técnico es serio’. Habíamos traído a Gonzalo García, que dirigió en Copas del Mundo y Juegos Olímpicos, y a Manuel Álvarez, que estuvo con la generación dorada de Argentina”.

    La palabra clave: confianza. Jugadores que antes ni respondían mensajes empezaron a mostrar interés. La victoria frente a Paraguay en la segunda ventana, por más de 40 puntos, fue el primer gran golpe sobre la mesa. Pero el verdadero giro fue otro: Iverson Molinar, estrella en la G-League y en Israel, decidió vestirse de rojo.

    “Iverson es nuestra máxima figura. Nunca había venido con la mayor. Solo lo había hecho de juvenil. Cuando lo vimos en cancha, con la camiseta de Panamá, sentimos que algo grande estaba pasando”.

    Y sí que lo era. Esa noche, el equipo se sintió diferente. El baloncesto panameño volvió a ser noticia por razones buenas. Las empresas privadas se acercaron. Adidas firmó como patrocinador oficial —la única selección de América con ese acuerdo—. Copa Airlines volvió. Llegaron Gatorade, agua Cristalina y más.

    “Lo que pasa es que la gente quiere creer. Solo que había dejado de hacerlo. Y una victoria, una estrella que regresa, una federación que paga a tiempo, todo eso va sumando”.

    El impacto no fue solo en la masculina. En paralelo, la federación logró que FIBA le otorgara la sede del Centrobasket femenino sub-15. Lo organizaron en David, Chiriquí, y fue un éxito rotundo. Por primera vez, Panamá clasificó al Americup femenino. Y sí, por primera vez también se le ganó a Puerto Rico y República Dominicana.

    “Hoy, siete de esas niñas están becadas en Estados Unidos. Eso es un cambio de vida total. No todas llegarán al profesionalismo, pero todas tienen una nueva oportunidad”.

    En paralelo, arrancaron torneos nacionales sub-15 replicando el modelo del béisbol: partidos en todas las provincias, desde Soná hasta Chitré. En canchas que nunca habían visto baloncesto de selección, ahora se juega con graderías llenas. “Lo que queremos es sembrar la cultura otra vez”.

    Pero, lo más ambicioso está ocurriendo abajo, en las categorías menores. La federación está implementando un plan de identificación y formación de talento desde los 13 y 14 años. “Estamos pensando incluso en enviar jugadores a High School en EE. UU., porque allá se adaptan mejor al idioma, al sistema educativo y a la disciplina deportiva de alto rendimiento. Queremos que lleguen a la universidad listos”.

    A diferencia del pasado, donde se armaban equipos para torneos con apenas dos o tres meses de anticipación, hoy la planificación se hace con uno o hasta dos años de antelación. “Ya tenemos jugadores proyectados para la selección U16 que competirá en 2026. Van a tener a su cuerpo técnico, nutricionista, fisioterapeuta y preparador físico desde ahora. Queremos competir de verdad por los tres cupos que hay en la región”.

    Más allá de lo deportivo, el mensaje es claro: el baloncesto como herramienta de cambio social. “Este deporte puede cambiar la vida de un joven. No todos van a llegar a la NBA, pero si conseguimos que accedan a becas, a contratos en ligas internacionales, o simplemente a una mejor educación, ya ganamos”.

    En los barrios donde antes no había opciones, hoy hay academias afiliadas, giras provinciales y campamentos. El enfoque es integral: educación, disciplina, oportunidades. “El deporte enseña valores, crea comunidad y, sobre todo, te saca de donde estás. Estamos viendo chicos que pasaron de no tener rumbo a estar compitiendo por una beca en un college gringo. Eso no es casualidad. Es estructura”.

    Y entonces llegó el clímax: la tercera ventana. Victoria aplastante sobre Paraguay. Y luego, el duelo esperado: Panamá contra Brasil. Un equipo invicto, plagado de historia, de jugadores curtidos. Y sin embargo, esa noche, en casa, con Molinar, Jackson, Lindo y compañía, se jugó el partido perfecto. Panamá ganó. Después de más de diez años sin vencer a Brasil, lo lograron.

    “Fue brutal. No por el resultado, sino por todo lo que significa. Es el resumen de dos años de trabajo, de tocar puertas, de escuchar mil veces un no y seguir. Fue el momento en que dijimos: esto está funcionando”.

    Pero Abdiel Blanco no se detiene. La meta es más grande: convertir el baloncesto panameño en una industria. “Como el fútbol hace 20 años. Hoy tienen televisoras, marcas, contratos. Nosotros ya estamos empezando a tener eso. Queremos que el básquet genere empleo, oportunidades, carreras. Que no dependa de una gestión, sino que sea sostenible”.

    Para eso, dice, hay que planificar a largo plazo. Ya están preparando la selección U16 que competirá en 2026. Y quieren concentrar al equipo mayor en Chiriquí, con partidos amistosos contra Uruguay y Argentina, antes de la Americup. El verdadero objetivo: clasificar al Mundial. Y, con sueño alto, a los Juegos Olímpicos.

    “Clasificar a los Olímpicos es dificilísimo. Pero no imposible. Y si no lo hacemos en este ciclo, que el próximo esté más cerca. Porque ya no estamos reconstruyendo. Estamos construyendo”.

    Esa noche, en el Durán, el rebote fue para Panamá. Y esta vez, nadie lo soltó.


    Fotos cortesía de Fepaba

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