Por SARITA ESSES
@cafeconteclas
Mis manos buscaban calor en lo más profundo de mis bolsillos. Eran las 2:30 de la mañana y hacía frío.
Acababa de bajarme de un Uber y me encontraba en una calle desierta de Tel Aviv, rodeada de desconocidos. Este era el punto de encuentro para comenzar mi aventura.
Estaba en Israel por una conferencia de periodistas que ya había concluido. Considerando el largo viaje y tiempo extra en mi agenda, decidí extender mi estadía para explorar por mi cuenta. Fue entonces cuando reservé un tour en Viator y me lancé a la aventura de visitar Petra.
Desde que vi “Indiana Jones y la última cruzada” en 1989, quedé fascinada por este enclave arqueológico. Después de más de 30 años, estaba a punto de tachar esta maravilla de mi bucket list. La jornada prometía ser larga, pero emocionante.
Finalmente llegó el autobús y nos embarcamos como zombis adormecidos. Apenas me senté, apoyé mi cabeza en la ventana y me quedé dormida. Teníamos cuatro horas por delante hasta llegar a la frontera, y en algún momento del trayecto el sol despuntó sobre las montañas de arena del Neguev. Hicimos una breve parada en una gasolinera. Compré un café y una deliciosa bureka.
Llegamos al cruce fronterizo Yitzhak Rabin. El paso hacia Jordania fue rápido, pero procesar a todos los turistas llevó un par de horas. Enormes letreros y pancartas con la cara del rey Abdallah II nos dieron la bienvenida, así como una enorme cantidad de gatos que merodeaban por el área.
A pesar de que Israel y Jordania no son los mejores amigos, tienen un acuerdo de paz y velan por la seguridad de los viajeros que cruzan de un lado a otro.
Finalmente, abordamos otro autobús para comenzar el recorrido hacia la ciudad perdida de Petra. A diferencia del autobús en Israel, este no era tan cómodo y carecía de wifi. Sin embargo, el entusiasmo de nuestro guía, Kareem, era suficiente para compensar esas deficiencias.
5 HORAS EN PETRA
Hicimos una parada en un observatorio que sospecho era el primero de varios lugares turísticos donde nos llevarían a lo largo del día). La vista desde la colina hacia Wadi Rum era impresionante, pero después de admirarla durante unos minutos, mis compañeros de viaje y yo entramos a la tienda de souvenirs. Algunos fueron al baño, otros tomaron un café con cardamomo, y casi todos compramos algún recuerdo o baratija. Yo buscaba una pluma para agregar a mi colección, pero no tuve suerte. De reojo, vi a dos de mis compañeras de viaje probándose los coloridos kefiyes, los turbantes tradicionales que usan los hombres de la región.
De vuelta al autobús, hicimos otra parada y dos horas más tarde llegamos finalmente) a la entrada de Petra. Era la una de la tarde y el tour comenzaría el camino de regreso a Israel a las cinco. Recorrer Petra demora tres días, por lo que no me quedaba mucho tiempo. Estaba ansiosa por sumergirme en sus cañones y pasadizos y presenciar su monumento más emblemático: la Tesorería. Petra, cuyo nombre significa “excavada en piedra” en griego, es exactamente eso: una maravilla esculpida en roca. No es de extrañar que este increíble sitio histórico, donde los nabateos prosperaron hace siglos, haya sido declarado Patrimonio de la Humanidad en 1985.
Para llegar a la Tesorería, se podía optar por montar a caballo durante parte del recorrido, tomar un carrito de golf o, como en mi caso, confiar en las piernas y caminar. Decidí recorrer los dos kilómetros a pie, ya que esa era la mejor manera de absorber el lugar, y el clima fresco pero soleado nos favorecía.
Viajar en solitario tiene sus ventajas, pero también sus desafíos. Para mí, no se trataba de sentirme como ficha perdida ni el riesgo de perderme sin que nadie lo notara, sino encontrar a alguien dispuesto a tomarme fotos.
No me gusta molestar a extraños, y al que me atreví a pedirle el favor se dio gusto tomando fotos desde diferentes ángulos. Sin embargo, una salió con mis pies cortados y las demás quedaron torcidas.
El guía nos fue contando más sobre la Ciudad Rosa, otro de los nombres con los que se conoce a Petra, mientras íbamos descendiendo por los caminos de piedra. Al doblar la última curva, se desplegó ante nosotros una visión alucinante: la fachada de la Tesorería. Hermosa, imponente, mágica; esas son las palabras que vienen a la mente. Varios beduinos paseaban sus camellos por los alrededores. Uno de ellos se me acercó y me preguntó si quería dar un paseo en camello y tomarme una foto de recuerdo. ¡Por supuesto que acepté! Prácticamente contraté a Hussein, como se llamaba, como mi fotógrafo personal. Se notaba que tenía experiencia, ya que incluso grabó videos con efectos especiales que ahora forman parte de mis reels.
El tiempo pasó demasiado rápido. Solo estuve una hora allí antes de emprender el camino de regreso. A pesar de estar cansada, decidí caminar de nuevo. Sin embargo, no había tenido en cuenta que lo que había sido una bajada para llegar, ahora sería una subida para regresar. Lamenté no haber tomado el carrito de golf.
Llegué al punto de encuentro con la lengua afuera y mi ropa sudada. Comimos algo y finalmente subimos al autobús. Crucé la puerta de mi hotel casi a las dos de la mañana. Me bañé y me tumbé en la cama. Había pasado aproximadamente 15 horas en un bus, para disfrutar cinco horas en Petra.
Fue un día agotador, pero absolutamente maravilloso.