jueves, junio 12, 2025

NEWSLETTER

More

    Cuando el destino te roba el corazón

    Un viaje solidario a Senegal que transforma corazones, une culturas y deja una huella profunda en quienes se atreven a participar.

    Compartir:

    spot_img

    La aventura comenzó al pasar por debajo de la pantalla que anunciaba nuestro destino: Dakar. El vuelo internacional duró poco más de cuatro horas desde Madrid, la distancia mental infinita. 

    La capital de Senegal nos recibió con una agradable brisa en una noche calurosa. El grupo de voluntarios del campamento Bokk Boolo acabábamos de tomar tierra; allí estaba el comité de bienvenida encabezado por Yolanda Chimeno, fundadora del proyecto, y su lugarteniente Jean Malou, comunity manager y responsable de los voluntarios locales.

    Teranga, en lengua wolof, significa “hospitalidad, acoger a los desconocidos como amigos, a los extranjeros como hermanos”. El primer abrazo de Jean nos lo dejó claro: nos abría las puertas de su casa.

    El trayecto a nuestro alojamiento en Mbour fue corto; allí nos esperaba la cena de bienvenida. La emoción del encuentro bajo un baobab, el olor del mar, el sabor exótico del cuscús local y el brindis con bissap, una infusión de hibisco rojo considerada la bebida nacional, borraron las huellas del cansancio. 

    Yolanda, alma mater del proyecto, viajó por primera vez a Senegal hace más de 10 años y se enamoró del país, de su gente y de su amabilidad. Lo vio claro: ¿por qué no crear una experiencia que pudiera vivirse en familia, una vivencia que dejase huella? El resultado es el campamento solidario Bokk Boolo, cuyo objetivo es sensibilizar en las necesidades de las comunidades locales, especialmente en el ámbito educativo. Como dijo Nelson Mandela: “La educación es el arma más poderosa para cambiar el mundo”.

    Bajo el baobab comenzó todo: un brindis con ‘bissap’, miradas curiosas y un sentimiento compartido de que este viaje sería distinto, profundo y transformador.

    Por la mañana nos despiertan la curiosidad y las ganas; la jornada comienza temprano, el sol aún es benévolo y aprovechamos para hacer las primeras compras: pintura azul y blanca, tinte de pizarra, rodillos, palas, rastrillos… El mercado es un hormiguero multicolor, cientos de personas se mezclan entre las carretas tiradas por burros, el aire se envuelve con los olores a especias y por todas partes se dibujan los colores de los vestidos y los turbantes de las mujeres: rojo, rosa, anaranjado, cuadros, rayas y estampados; protegen a sus bebés anudados a la espalda.

    El colegio Chaden, nuestro destino, nos recibe con una fila ordenada de pequeños que se lavan las manos por turnos con el agua de una regadera de colores, en un enorme patio de arena.

    El equipo de voluntarios nos enfrentaremos a dos retos: pintar una biblioteca y montar un huerto, pero, sobre todo, nuestra meta es crear espacios para educar, hacer amigos, fantasear, compartir secretos, crecer, cuidar el medio ambiente, creer en lo imposible y, sobre todo, imaginar un mundo mejor.

    “Lo que construimos juntos no se borra: queda sembrado en la tierra, la memoria y el corazón”.

    El sol cae a plomo y comienza el reparto de tareas. Elash, un artista capaz de hacer una réplica de la Capilla Sixtina en medio del desierto, dirige y organiza los equipos.

    Como un batallón disciplinado, nos encargamos de retirar muebles, lijar y reparar grietas. Mientras tanto, los más aguerridos asumen con entusiasmo la ardua tarea de limpiar el huerto, recoger cientos de plásticos, cribar, retirar piedras. Parece imposible que de esa tierra árida brote bissap

    Quizá para algunos es la primera vez, pero la falta de experiencia se suple con matrícula de honor en ganas y actitud. Vamos todos a una, es la magia del trabajo en equipo que convierte a un grupo de desconocidos en un perfecto equipo de alto rendimiento.

    Los alumnos excelentes de los últimos cursos de primaria colaboran con buena predisposición a coger la brocha, el pico, la pala o lo que haga falta. Las risas, los guiños, la complicidad, los esfuerzos por entendernos y las canciones improvisadas forman parte de la partitura de cada jornada. Cuando me veo reflejada en sus profundos ojos de color miel, deseo con todas mis fuerzas que esas niñas encuentren oportunidades en el futuro, que puedan estudiar y elegir el camino por el que transiten sus vidas. 

    Las tareas comienzan en la escuela Chaden. Voluntarios y niños locales comparten brochas, sonrisas y sueños. Entre pinturas, tierra y esfuerzo nace algo más grande: un compromiso compartido por la educación y el futuro. La biblioteca y el huerto serán símbolos de todo lo que puede lograr la cooperación.

    El merecido descanso a media mañana es el momento de encuentro con los niños y niñas que salen al recreo, es tiempo de jugar, bailar, de abrazarnos en masa, de corear a nuestros equipos de fútbol favoritos. Cientos de manitas chocan las nuestras con cariño y educación, son como un ciberataque de ternura que nos desarma desde el primer segundo.

    Nuestras sonrisas son imborrables. Jean nos observa divertido y satisfecho; sabe cómo se sienten los voluntarios, porque a pesar de su juventud es un veterano. Hace 9 años conoció a Yolanda en las actividades que el campamento organizaba en su barrio durante el verano y desde aquel momento se ha convertido en una de las piezas clave del proyecto. Jean sonríe con la mirada, escucha con paciencia nuestras atropelladas preguntas, queremos saberlo todo el primer día, está pendiente de lo que necesitamos y demuestra un astuto sentido del humor. Nos ayuda su perfecto español depurado campamento a campamento.

    Por las tardes, Jean es nuestro cicerone de lujo y nos muestra cómo es Mbour y sobre todo cómo son sus gentes: los pescadores que llegan a la playa con sus barcas de colores repletas de tilapias; las mujeres que recogen ostras y las cocinan sobre las brasas; la pericia de los artesanos trabajando la madera, y hasta nos anima a tocar el yembee

    Al anochecer, nuestra energía se va apagando como el día. La tertulia reposada se impregna del aroma del té de hierbabuena y compartimos los momentos memorables de la jornada. El firmamento se plaga de estrellas que, envidiosas, se agolpan sobre nuestras cabezas para no perderse un ápice de la conversación. Entre ocurrencia y ocurrencia, carcajada y carcajada, Leo hace malabares con un balón invisible y rememora el triple caño que ha hecho driblando a la defensa contraria antes de marcar un gol épico. Liya esboza en su cuaderno un libro con alas que pintará en la biblioteca; sabe que la lectura te invita a volar. Oliver juguetea con la baraja de la que no se separa y de su chistera saca trucos imposibles. 

    Bokk Boolo en wolof significa “participa y suma”. Además, es sinónimo de todo lo que te llevas y que no cabe en ninguna maleta, de una experiencia inolvidable tatuada con mayúsculas en el alma, una nueva mirada que siempre nos acompañará. Con esta filosofía se han restaurado más de 25 colegios, se generan más 20 empleos en cada campamento, han participado más de 150 voluntarios europeos y más de 250 voluntarios locales, y esto no ha hecho más que empezar. Bokk Boolo volverá a Chaden el año que viene si con sus medios han mantenido la biblioteca impecable y han hecho que el huerto sea sostenible; ese es el trato.

    En wolof, gracias se dice jërëjëf. Leo, Liya, Oliver, Lucila, Luca, Patricia, Antonio, Aurelie, Vitto, Yolanda y Jean, el mejor equipo de voluntarios del mundo: jërëjëf de corazón. Hace tan solo unas semanas no os conocía y ya formáis parte de la selecta lista de mis personas favoritas. Hemos compartido lo más preciado que tenemos: nuestros sueños. Como dice un proverbio africano: “Las huellas de las personas que han caminado juntas, nunca se borrarán”.


    Texto y fotos por Ana Arenaza
    Corresponsal en España

    spot_img
    spot_imgspot_img

    Otros artículos

    spot_img
    spot_img