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    El alma del vino chileno

    Desde su fundación en 1880, Viña Santa Rita ha construido un legado que combina historia, territorio y cultura. Sus valles emblemáticos —Maipo, Apalta y Limarí— y su modelo de enoturismo patrimonial la constituyen como emblema del vino chileno. Una historia donde la tierra, la memoria y la elegancia dialogan con el futuro.

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    La historia de Viña Santa Rita es, en gran parte, la historia del vino chileno. Fundada en 1880 por Domingo Fernández Concha, un visionario que introdujo cepas francesas en el país, la viña nació con una vocación que trascendía la producción agrícola: la de proyectar una identidad cultural a través del vino. Desde sus inicios, el respeto por la tierra, la fascinación por la cultura y una mirada de futuro fueron los pilares que definieron su esencia.

    En el siglo XIX, cuando Chile apenas comenzaba a delinear su industria vitivinícola, Santa Rita ya entendía que el vino debía ser más que una bebida y convertirse en símbolo del país. Con el tiempo, esa convicción se consolidó en un legado tangible, una trama de historia y modernidad que aún hoy guía su destino.

    En 1972, su complejo arquitectónico y paisajístico fue declarado Monumento Histórico Nacional, reconocimiento que selló su vínculo con la historia chilena. Una década después, bajo la visión empresarial de Ricardo Claro, la viña fue refundada con un propósito: preservar la memoria sin detener la innovación. Fue entonces cuando Santa Rita se transformó en lo que hoy representa: un emblema del vino chileno que combina herencia, excelencia y hospitalidad.

    ​​Entre los valles del Maipo, Apalta y Limarí, Santa Rita
    encarna la esencia del vino chileno:  historia viva,
    ‘terroir’ excepcional y hospitalidad con alma.

    “Santa Rita nació con una misión que sigue vigente: cuidar la tierra, respetar el legado y compartir lo mejor de Chile con el mundo”, explica Elena Carretero, gerente de Asuntos Corporativos, Sustentabilidad y Turismo de Viña Santa Rita. “Esa coherencia entre origen, propósito y visión global es lo que nos ha permitido mantenernos fieles a nuestra identidad, incluso en tiempos de cambio”.

    Chile es, en esencia, un país de valles. Su geografía vertical —cordillera, valle y mar— ha dado origen a un mosaico de microclimas que permiten producir vinos con carácter propio. Santa Rita supo interpretar esa diversidad desde temprano, y hoy su portafolio refleja la riqueza de los terroirs más emblemáticos del país: Maipo, Apalta y Limarí, tres nombres que resumen lo mejor del Nuevo Mundo.

    En el Valle del Maipo, donde nació la viña, Santa Rita domina el arte del cabernet sauvignon desde hace más de 140 años. En las laderas de Alto Jahuel, su viñedo más representativo, nacen los vinos que han llevado a Chile al mapa de la alta gama. Allí, la combinación de suelos coluviales y aluviales, el aire frío de la cordillera y el conocimiento acumulado por generaciones, se traducen en tintos de estructura y elegancia notables.

    De ese terroir nace Casa Real Reserva Especial, el vino ícono de la casa y uno de los más reconocidos de Sudamérica. Su primera cosecha, en 1989, marcó un antes y un después para el cabernet chileno. En 2018 ingresó a La Place de Bordeaux, el sistema de distribución reservado para los grandes vinos del planeta, y fue nombrado Wine Legend por Decanter, un título que solo comparte un puñado de etiquetas del mundo.

    “Casa Real representa el alma del cabernet chileno”, señala Carretero. “Es un vino que expresa con precisión la elegancia del Maipo Alto, pero también nuestra historia, nuestra consistencia y el respeto por el origen”.

    Más al sur, en Apalta, Santa Rita ha encontrado el terreno ideal para el carmenère, la cepa rescatada por Chile que se convirtió en símbolo nacional. Allí, entre colinas de secano y suelos graníticos, se produce Pewën, un vino nacido de parras viejas plantadas en 1938, considerado por la crítica como uno de los mejores carmenère del mundo. Es la expresión más pura del ADN chileno: fuerza, calidez y profundidad.

    Por su parte, en Limarí, un valle más septentrional y cercano al océano Pacífico, la viña cultiva variedades blancas que destacan por su frescor y mineralidad. Sus chardonnay y sauvignon blanc reflejan un nuevo lenguaje: el de la elegancia contenida, donde el clima desértico y las brisas marinas se traducen en vinos precisos, de tensión y sutileza.

    Esa diversidad de orígenes permite a Santa Rita construir un portafolio que abarca desde las líneas históricas —como 120 y Medalla Real, reconocidas por su consistencia— hasta proyectos contemporáneos como Floresta, una colección que recupera prácticas ancestrales de vinificación para reinterpretar las variedades clásicas con un enfoque más natural y expresivo.

    “Floresta es nuestra mirada al futuro”, comenta Carretero. “Queremos que cada vino sea una conversación entre la tradición y la innovación, entre el lugar y el tiempo. Son vinos honestos que hablan por sí solos y que muestran la riqueza del terroir chileno”.

    Con estos tres valles como pilares, Santa Rita ha logrado construir una narrativa geográfica coherente: una trilogía del vino chileno que conecta la historia del país con su proyección global. No se trata solo de terroirs excepcionales, sino de una forma de entender la identidad a través del territorio.

    Donde el vino se convierte en historia

    Si el vino expresa el alma de una tierra, el enoturismo de Santa Rita expresa el alma de una cultura. Lo que comenzó como una viña se transformó con los años en un destino patrimonial donde el visitante puede recorrer la historia del vino chileno sin salir del Valle del Maipo.

    El punto de inflexión fue la refundación impulsada por Ricardo Claro. Su visión no se limitó a recuperar las bodegas o modernizar los procesos: quiso rescatar el sentido original de la hacienda como espacio cultural. Así nació un proyecto integral que hoy combina el arte, la arquitectura, la gastronomía y la naturaleza bajo un mismo relato: el del legado chileno.

    En el corazón del complejo se levanta el Hotel Casa Real, una mansión de estilo neoclásico restaurada con precisión histórica. Con solo dieciséis habitaciones, conserva la atmósfera íntima de las casas patronales del siglo XIX, rodeada de un parque diseñado por Guillaume Renner, discípulo de Claude Gay. Allí, el tiempo parece detenerse: no hay ostentación ni artificio y solo la elegancia de lo auténtico.

    Entre jardines silenciosos y muros con historia, el hotel Casa Real encarna la hospitalidad chilena más pura: elegancia sin ostentación
    y la serenidad de un pasado que aún vive.

    “El Hotel Casa Real es el corazón de nuestra hospitalidad”, explica Carretero. “Más que un hotel, es un viaje al pasado que se vive con los sentidos. Representa la esencia de lo que somos: historia viva, autenticidad y conexión con el vino”.

    El hotel no es un complemento del negocio del vino, sino su reflejo. De hecho, comparte nombre y espíritu con el vino ícono de la viña, Casa Real, una coincidencia que no es casual. Ambos representan la hospitalidad chilena llevada a su máxima expresión: discreta, atemporal y profundamente ligada al origen.

    A pocos pasos, el restorán Doña Paula rinde homenaje a la mujer que, durante la Independencia, dio refugio a 120 patriotas tras la batalla de Cancha Rayada, inspirando la creación de la célebre marca 120. En ese mismo espacio, la historia se entrelaza con el presente y el relato de la nación se sirve en cada mesa.

    El recorrido continúa en el Museo Andino, fundado por Ricardo Claro y su esposa María Luisa Vial de Claro, que alberga más de 3.000 piezas de arte precolombino de 40 culturas distintas. Es una joya museográfica que eleva la experiencia del visitante más allá del vino, conectándolo con la herencia continental.

    Todo esto se articula en torno a lo que Santa Rita denomina sus “cinco patrimonios”: historia, cultura, vino, gastronomía y naturaleza. Un ecosistema en el que cada elemento refuerza la identidad del otro. Esa coherencia es lo que diferencia a Santa Rita del turismo vitivinícola convencional. Aquí, la experiencia no se diseña para vender vino, sino para contar una historia que se bebe.

    “La experiencia de Santa Rita es integral: queremos que cada persona que nos visite sienta el alma del lugar”, dice Carretero. “El vino se disfruta más cuando se comprende su contexto, cuando uno entiende el paisaje, la historia y la gente detrás de cada copa”.

    La viña ha sabido trasladar al turismo el mismo rigor que aplica a la producción enológica. Cada detalle —la arquitectura, la restauración, el diseño del parque o la narración de las visitas guiadas— se ejecuta con respeto por el legado y sentido de continuidad. No se trata de mirar al pasado con nostalgia, sino de hacerlo dialogar con el presente.

    Legado, sostenibilidad y futuro

    Más allá del turismo o la viticultura, el verdadero legado de Santa Rita reside en su manera de concebir el vino como puente entre generaciones. En un mundo que tiende a la velocidad y la homogeneización, la viña ha optado por el camino más difícil: mantener la coherencia.

    La sostenibilidad, lejos de ser una estrategia de mercadeo, es una práctica integral que abarca todos los niveles de la operación. Desde la conservación de la biodiversidad y el uso racional del agua hasta la educación comunitaria y la recuperación de oficios tradicionales, cada acción se inscribe en una visión a largo plazo.

    “Ser sostenibles significa honrar nuestra historia, cuidar la tierra y pensar en el futuro”, afirma Carretero. “No se trata solo de producir buenos vinos, sino de hacerlo de manera responsable, preservando los ecosistemas y contribuyendo al desarrollo de nuestras comunidades”.

    Esa consistencia ha permitido que Santa Rita mantenga una identidad sólida a lo largo de los años, adaptándose a las tendencias sin perder esencia. Su liderazgo en el mercado no se basa en la expansión, sino en la profundidad: en la capacidad de crear vínculos emocionales con quienes valoran el vino como expresión cultural.

    Hablar de Santa Rita es hablar de una filosofía que trasciende el tiempo. Una viña que entendió antes que muchas que el verdadero lujo está en la historia, en el silencio del parque, en la textura del suelo y en la emoción de lo perdurable.

    En el Valle del Maipo, donde todo comenzó, el viento aún trae ecos del pasado. Pero es un pasado vivo, que se renueva con cada vendimia y se proyecta con cada copa. Santa Rita ha hecho de su historia una herramienta de futuro.

    “Nos emociona ver cómo el vino chileno vive una etapa de madurez”, concluye Carretero. “Hoy, el origen, la sostenibilidad y la autenticidad son los protagonistas. Y ese es el camino que seguiremos: evolucionar sin perder el alma”. 


    Fotos cortesía

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