Para muchos panameños, Medellín es ese lugar que “está a la vuelta de la esquina”. Es una ciudad donde nos sentimos como peces en el agua: conectamos con la energía de sus montañas, tenemos acceso a una escena gastronómica abundante, a una industria creativa del entretenimiento que no descansa y a una oferta de moda local que trabaja con telas, manos y diseño que grita Latinoamérica. Pero a esta receta urbana le faltaba un ingrediente.

Ese nuevo ingrediente se llama hotel El Cielo, el primer hotel del grupo creado por el chef colombiano Juan Manuel Barrientos. Dos de sus restaurantes de alta cocina, Elcielo Washington D. C. y Elcielo Miami, cuentan con una estrella Michelin en Estados Unidos. El restaurante gastronómico del hotel en Medellín es precisamente Elcielo, donde se sirve un menú degustación de 19 pasos que comparte ADN con sus sedes hermanas. Recientemente, este hotel se sumó además a la lista de alojamientos distinguidos con la llave Michelin en Latinoamérica. En Panamá, por ejemplo, solo el Sofitel Legend en el Casco Antiguo cuenta con esa distinción, así que la vara está alta.
Yo vengo a disfrutar la energía de Medellín desde hace muchos años. La mayoría de mis visitas han sido cortas y de trabajo: aquí se imprimió mi primer libro infantil y también se elaboró la cerámica de El Ritual del Café. Entre una reunión y otra, siempre había espacio para explorar algún restaurante nuevo, visitar talleres de diseño, el querido Museo de Arte Moderno (MAMM) o escaparme a las montañas a hacer turismo cafetalero rural.

Algo que lógicamente por mi amor al café, es que Antioquia es un departamento que vive de frente a él: tiene 125 municipios y 94 de ellos son productores. Aquí, literalmente, llueve café en el campo, y este año me emociona celebrar la mejor cosecha de café de Colombia en más de tres décadas, después de unos años medio flojos. Desde Medellín estás muy cerca de regiones como El Retiro, que está a unos 40 minutos, Venecia a hora y media y otras.
La base estaba clara: ciudad creativa, campo cafetero, moda, diseño, gastronomía. Pero, durante años, algo no terminaba de cuajar en mi receta personal: no encontraba un hotel que cumpliera con mis ideales para hacer base. Mis criterios, sin pensarlo mucho, son: tranquilidad en los alrededores, servicio espectacular y gastronomía que no sea un apéndice, sino el corazón de la experiencia.

En El Cielo se cumplen los tres
El hotel está en El Poblado, el barrio donde casi todo pasa: galerías, cafés, boutiques de diseño colombiano y restaurantes que marcan tendencia. Pero su ubicación es lo suficientemente retirada del ruido del “bajo” de discotecas, bares y parques de fiesta. Es ese punto perfecto donde puedes caminar a lo que te interesa, pero regresar a dormir en paz.
Dentro del hotel la gastronomía no es un servicio más: es el eje que lo sostiene. Hay tres restaurantes y una cultura del detalle que empieza desde el primer café del día.
En la habitación, el café de cortesía no es genérico ni anónimo. Puedes elegir entre un perfil natural o lavado, un gesto que de entrada ya te invita a aprender. La variedad que utilizan es caturra y castillo, trabajadas especialmente para el hotel, con tostados definidos en conjunto con sus aliados. El grano viene de Pitalito, Huila, de la finca del productor Mario Gómez, y se siente el respeto por el origen. Para alguien que vive de contar historias de café, me ganan fácilmente.

Completa el pequeño ecosistema gastronómico La Seré, su italiano en el sótano. Pasas a través de Elcielo y bajas a un salón de luz tenue y ambiente sexi. La carta se mueve entre pasta artesanal, pesca del día con guiños al sur de Italia y, en mi caso, un pulpo frito con tapenade jugaba con contrastes de textura y temperatura que me fascinan.
Pero donde El Cielo terminó de conquistarme fue en algo que muchos hoteles descuidan: el room service.
Aquí es importante aclarar algo: el room service no incluye todos los restaurantes del hotel, sino que está basado en la propuesta del bistró. Y eso, lejos de ser una limitante, está muy bien resuelto.
El menú del bistró es lo suficientemente amplio y pensado como para que una cena en la habitación no se sienta como un “plan B”.

Si Antioquia vive de frente al café, este hotel vive de frente a
la hospitalidad: cada taza, cada plato y cada gesto están diseñados
para que la experiencia no se note: se sienta.
Yo, del menú del bistró, pedí la Juanma’s Pork Burger, jugosa y golosa, que viene con papas trufadas y que rematé con un lava cake de avellanas con helado. Todo llegó como me gusta: en un carrito con mantel blanco, montado como si fuera una pequeña mesa de restaurante rodante con sus cubiertos, servilleta, montaje impecable. Uno puede sentarse formalmente o hacer lo que hice yo: comer sobre la cama mientras Netflix corre de fondo y la ciudad se queda afuera por un rato.
Así como una buena ciudad necesita una planificación urbana coherente para que sus barrios cuenten una historia, una ciudad turística también necesita una planificación de hospitalidad para transmitir su idiosincrasia. No se trata solo de tener camas y desayuno, sino de crear lugares que traduzcan la energía del destino en experiencias concretas.

En ese sentido, el hotel El Cielo es una pieza que Medellín necesitaba. Después de múltiples visitas por trabajo y turismo, encontré un lugar que refleja la ciudad creativa, gastronómica y soñadora que tanto me gusta. Y estoy seguro de que muchos panameños —y latinoamericanos en general— se van a sentir igual.
Cuando me senté a conversar con Juan Manuel Barrientos, hubo una frase que resumió todo:
“Esto no es un hotel con varios restaurantes, sino varios restaurantes con un hotel”.
Esa fue su conceptualización inicial. Lo que hoy vemos es el resultado de un recorrido largo que empezó cuando muchos estábamos encerrados en pandemia, de sacrificios altos y bajos, de una estrategia sólida de storytelling para conseguir inversión y aliados que creyeran en la necesidad de este lugar.
Fotos cortesía






