Fotos cortesía Isabela Ford
Doña Micaela, “la matriarca” de los Bern, preparaba el café como se hacía en el interior: tostaba el grano de café en una olla y lo molía a mano en un molino de hierro, y luego lo ponía en una media de tela sobre la cual vertía agua caliente para filtrarlo antes de servirlo en una taza.
Repetido el procedimiento una y otra vez en la cocina de algún terruño de Chiriquí, aquella barista sabia le fue imprimiendo a este ritual sus valores de amor y disciplina; los mismos que definen hoy la marca de café que luce su nombre: La Micaela.
Y fue la voz de doña Micaela la que escuchaba su hijo Herman Bern cuando estuvo en coma unos 50 días por causa de la Covid. “Mi papá cuenta que la oía con frecuencia” y que en las ensoñaciones él regresó a sus vivencias de niño para ver los camiones llevándose las legumbres que más adelante surtían hogares, detalla Ingrid Bern, nieta de doña Micaela e hija de don Herman y hoy encargada del negocio del café La Micaela.
Durante esos 50 días de tensión en la familia Bern —como en el de tantos panameños— los 30,000 cafetos de su granja ubicada en El Salto, en las Tierras Altas de Chiriquí, crecían pacientemente tras la última plantación. Pero también lo hacían animados por la cosecha de cebollas, tomates, zapallos, repollos, zanahorias y otros frutos que alimentaron a las familias de los trabajadores de los hoteles Bern en la capital del país durante la cuarentena.
“Cuando abrieron los caminos parcialmente, con mi hermana Jacqueline emprendimos la entrega semanal de 450 bolsas de comida a nuestros colaboradores”, recuerda Ingrid, que añade que una vez su papá salió del hospital, lo primero que hizo fue ir a tomarse una taza de café.
Ella califica el momento como “surrealista”, y sin duda colmó de energía a Herman Bern porque siendo un emprendedor nato, se sumó a la faena de sus hijas de empacar la comida.
Una rutina que de nuevo se iniciaba a 4,000 metros de altura en Granja La Micaela, donde 7 jefes de diferentes divisiones coordinaban la colecta de alimentos para mandarlos a la ciudad.
Mujeres del café
Pasada la Covid y terminada la cuarentena y cosechados los granos de café de La Micaela, su especie catuai obtuvo 87 puntos de calificación sobre 100 en la evaluación realizada por un grupo de expertos. Su valoración resulta siendo el certificado de calidad excelsa a un proceso que es conducido mayoritariamente por manos femeninas.
Ingrid empieza por mencionar a la chiricana Daniela Araúz, una profesional en agronomía, de 22 años, que tiene a su cargo a Florentino Quiroz, “nuestro capataz”. Luego menciona a Valentina Pedrotti, “nuestra asesora en varias facetas del proceso, desde los suelos y los nutrientes hasta el perfil de la taza y la capacitación de las personas”.
Y cierra con un homenaje para las maestras de la cosecha quienes tienen, por ejemplo, el tacto de no arrancar el grano del cafeto sino más bien sobarlo con tacto maternal hasta desprenderlo. “Para nosotros es muy importante el rol de la mujer como cabeza de hogar y que sea autosostenible”.
En la época de la cosecha las jornaleras viajan hasta La Micaela desde lugares muy remotos de la montaña. Muchas son jóvenes y tienen hijos y por lo mismo tienen “garantizado su sustento y bienestar”, lo que se aprecia en el trato dado a los granos y se comprueba en una taza de café La Micaela.
Como las cocinas de los hoteles Bern son abastecidas con los alimentos de la granja, lo mismo viene sucediendo con el café. Los granos son producidos en los microclimas variados de los suelos de La Micaela, con orientaciones y sombras únicas que se resuelven en un café especial de muy alta calidad. Los turistas, y particularmente los extranjeros, aprecian en las tazas de esta rubiácea un valor agregado que marca la diferencia.
Calidad en las alturas
4,000 pies
A esta altura, la granja tiene variados microclimas, suelos, orientaciones y sombras.
3 variedades
pacamara, catuai y geisha son los granos cosechados en Granja La Micaela.
Conquistar el lejano oriente
Tras haber corroborado la calidad del producto de principio a fin, La Micaela adelanta un ambicioso plan de expansión. Por una parte, están los puntos de venta que irán abriéndose en los hoteles para hacer del consumo del café una vivencia propia de las Tierras Altas.
Por otro lado está la exportación del café a mercados sofisticados, como el Lejano Oriente, donde buscan notas cítricas y de madera y sabores y aromas como el que satisfacían a las familias imperiales de otros tiempos. Las exquisitas muestras de La Micaela ya están en manos de los clientes que quieren conocer en su paladar lo mejor de Panamá.
Ingrid sabe preparar café como el de su abuela, con molino y media de tela. “Es el más rico de todos”, asegura. Y es la semilla de un emprendimiento chiricano que tiene el pulso de mujeres como doña Micaela Pittí Serrano: en la sustancia, disciplina y pasión, y en el empaque, finura extrema.
Aquella matriarca usaba sombreros de encaje que le sombreaban el rostro y enmarcaban una mirada de esperanza. Su rostro es el símbolo impreso en las bolsas de café creado en su honor.