
Artesoro Baserria
El sol travieso se cuela por la cristalera buscando acomodo debajo del edredón. Apoyándose sobre la almohada, trata de refugiarse del rocío matinal y casi me quiere echar de la cama. No me inmuto y con disimulo le hago un hueco; no quiero que nada rompa la magia del momento; aquí se respira serenidad, calma, autenticidad. Amanece en Artesoro Baserria (Galdames, Bizkaia. España).
A lo lejos veo la cima rocosa que, coronada por el Pico la Cruz, hace las veces de guardián que protege la comarca. Un faro de piedra que antaño vio cómo las minas Elvira, Rosario y Rita parieron toneladas y toneladas de hierro.
A los pies de la cumbre crecen bosques de robles y encinas sobre las praderas y pastizales que permanecen verdes todo el año y abrigan la ladera. Los acebos presumidos se adornan con pendientes de un rojo intenso que anuncian el preludio de la Navidad, y más allá de donde alcanza la vista se esconde la cabaña de un ilustre carbonero al que todos conocen como Olentzero, un colega de Santa Claus que se encarga de llevar la noche del 24 de diciembre regalos a los niños del valle que se han portado bien.
Escucho el canto a dúo de la corneja y el picapinos. Mis pasos se impacientan y salto de la cama para seguirlos hasta la cocina; a través de los ventanales contemplo una estampa de cuento con un laberinto de bambú, la valla de madera, una mesa de pícnic, el rebaño de ovejas, las gallinas, una casita de murciélagos y hasta un pequeño hotel de insectos.
La terraza tiene una orientación estratégica que me garantiza una cita a las 9:15 de la mañana a la que nunca falla el sol para tomarse conmigo el primer café del día. Nos acompaña el bizcocho de natas que nos han regalado los anfitriones, Laura y Robert, para endulzar y alegrar el estómago.

Este baserri, caserío vasco, ubicado en el corazón de las Encartaciones, es un sueño hecho realidad. Robert lo tuvo claro desde niño; él construiría su casa ideal con sus propias manos como lo hizo su padre. Ha invertido 25 años.
Artesoro Baserria ha sido edificado con criterios de bioconstrucción, con materiales respetuosos y no nocivos. Un proyecto que aúna su pasión por la naturaleza, la salud y el bienestar. En sus inicios sus planteamientos fueron pioneros y arriesgados; más de uno lo tachó de locura. Laura y Robert lo recuerdan y se miran con complicidad; saben que cuando hay un propósito claro, ligado a tus creencias y valores y se adereza con pasión no hay límites. Ni los vientos ni las tormentas pueden hacerte cambiar de idea. En aquellos tiempos en los que no había internet compraban libros y revistas en el extranjero para documentarse, buscar ideas y referentes. Aprendieron mucho leyendo, pero su mejor aliada y maestra siempre ha sido la naturaleza; parar, escuchar, observar, integrarse y no invadir.
Del helecho han aprendido la capacidad de adaptación, a ser flexible ante cualquier circunstancia, la resistencia a entornos adversos y la paciencia, a crecer sin prisa. La hiedra les ha enseñado su persistencia, a seguir extendiéndose sin perder de vista el objetivo, a proporcionar sombra y protección, es decir, a cuidar de otros, a colaborar y cooperar. Y así de cada árbol, de cada planta.

Artesoro Baserria es una historia con final feliz como no puede ser de otra manera cuando los protagonistas son el tesón, el respeto y amor por la naturaleza, y se aborda con la mirada humilde de quien, a pesar de su experiencia y conocimientos, cree que aún tiene mucho que aprender y con generosidad enseña todo lo que sabe.
Despacito para no molestar, salgo de puntillas al jardín; el picamadero negro y el arrendajo me saludan en un vuelo racheado sobre mi cabeza y acaban jugueteando en la charca en la que se encuentran con una lavandera y una bisbita. Todos se abalanzan sobre una nuez solitaria que ha dejado una corneja olvidadiza. Después se suman los insectos, libélulas y renacuajos que completan la postal y hacen las delicias de la cámara de fotos de Robert hasta que el sol calienta y busquen donde protegerse.
El aire puro golpea mis sentidos atrofiados por el tráfico y la contaminación; si no tuviera tanto que explorar me dejaría desmayar en este maravilloso enclave que conserva la fuerza del mar Cantábrico en mitad de la montaña, cerca de la ciudad y en plena naturaleza.

Los anfitriones me abren la puerta a un mundo de posibilidades, yo me apunto a todo: recoger huevos ecológicos de sus gallinas felices, coger manzanas de los árboles y elaborar sidra, construir un nido para pájaros, trekking y fotografía de mamíferos, flores y plantas. Hasta puedo conocer la agricultura sin laboreo que practican; “no dig agriculture”, sin cavar, arar o remover la tierra, igual que crecen las bayas y arbustos en el bosque. Otra lección más de la naturaleza.
La actividad me abre el apetito. A la hora del almuerzo, Artesoro sabe a calabaza, pimientos, acelgas, berenjenas, brócoli y puerros que he recogido de su huerto. Completo el menú con un chuletón km 0 de los pastos de Arteagabeitia Harategia que se adormece sobre las brasas; el aroma llega hasta la cabaña de Olentzero, que se muere de envidia.
La serenidad de la tarde invita a vagar por el entorno, a caminar y explorar los senderos que deparan sorpresas, como la mayor colección privada de Rolls Royce de Europa en la Torre Loizaga o la bodega Txurrut con un vermú que en el primer sorbito tuvo un flechazo con mi paladar.
En esta época del año el sol fatigado se retira temprano y busca cobijo más allá del horizonte. Yo lo hago junto a la chimenea que preside el salón y envuelve la estancia creando un ambiente delicado y frágil como papel celofán que se mueve al son del crepitar de las llamas.

En el exterior se escucha a lo lejos el ir y venir de visitantes curiosos que beben y juegan en la charca custodiados por la luna; el zorro, el jabalí, el tejón y la jineta guardan mi descanso.
Artesoro es una casa rural de alquiler íntegro, pero para Laura y Robert esto es mucho más que un negocio: es una filosofía de vida. No te sientes cliente, eres amigo desde que cruzas la entrada y te transportan en un viaje que te sumerge en la naturaleza como un espectador de lujo.
Por aquí han pasado visitantes de todos los continentes; como aquella familia de Nueva York que plantó sus primeras lechugas y se hicieron amigos inseparables de una lombriz. La pareja de Gales que buscaba buitres y se llevó unas fotos increíbles, o el grupo de amigos de la India, hinchas del Athletic Club, que fueron a un partido a San Mamés y a visitar el Guggenheim Bilbao. Laura y Robert se encargaron de cumplir sus sueños. Si Olentzero tuviera que ampliar su equipo de ayudantes con expertos en crear experiencias mágicas e inolvidables, seguro que los ficharía.
Cuando te vas de Artesoro Baserria te llevas impregnado en el alma un trocito de naturaleza, espíritu renovado, buenas enseñanzas y ganas de volver. Dejas unos anfitriones cinco estrellas, amigos de la buena conversación, de lo auténtico, de lo honesto. En tiempos de lo virtual ellos siempre te reciben y despiden con un buen apretón de manos y un abrazo que significa: espero que volvamos a vernos, dicho desde el corazón.

Artesoro Baserria, un lugar de ensueño que invita a la calma. Un espacio cómodo y tranquilo para recargar energías, con vistas a amaneceres mágicos.
Artesoro se queda en silencio, en pausa, reposando, descansando para acoger al próximo visitante que vendrá pasadas las navidades. Un huésped muy especial cuya identidad es el secreto mejor guardado de la casa. Llegará cansado de un intenso viaje, habrá estado muy atareado repartiendo alegría a todos los hogares de la comarca y este será su momento de descanso.
Solo querrá unos buenos chuletones, sidra para acompañarlos y que no falte un poquito de vermú para el aperitivo. Su plan favorito es sentarse a contemplar el Pico la Cruz desde la terraza y sentir cómo la naturaleza le envuelve.
Fotos por Roberto Colino















