Antes de llegar a Eslovenia creía saber lo que me esperaba: un país verde, vibrante y profundamente conectado con la naturaleza. Así había leído y escuchado en entrevistas y publicaciones eslovenas. Pero nada pudo prepararme para la realidad. Este pequeño país, apenas más grande que la provincia de Panamá Oeste, te recibe con un escenario natural que parece sacado de una pintura: los Alpes Julianos, verdes valles, pequeños lagos sacados de películas, ríos azules y una sensación de calma que se respira en cada kilómetro recorrido.
Llegar a Hisa Franko es una travesía por sí misma: manejas dos horas desde su compacta y coqueta capital y, al llegar a Kobarid, solo cinco minutos más hasta el restaurante. Aquí decidimos hacer base por tres noches. Nuestro apartamento, ubicado sobre una heladería frente a la iglesia, estaba estratégicamente rodeado de una tienda de vinos naturales, “SlowWine”, y un supermercado, donde nos abastecíamos para nuestros paseos por el Valle de Soča que es el área. Este aislamiento forma parte de su encanto, en un país donde el 60% del territorio está cubierto de bosques, similar a cómo Panamá preserva sus selvas y biodiversidad. Eslovenia es pequeña, apenas un poco más grande que la provincia de Panamá Oeste, pero su oferta natural y cultural es vasta, siendo un puente histórico entre Europa occidental y oriental.
Llegar al restaurante ya es un evento. Primero, te reciben con un aperitivo en el patio de la casa, mientras disfrutas de las vistas a las montañas y el aire fresco. Pedí un coctel que me revitalizó mi amor por ellos: un sour de manzana con un foam ligero picante, refrescante y delicado, perfecto para abrir el apetito. Las flores de terciopelo rojo intenso decoraban las mesas, y cada detalle diseñado para que te sumerjas de lleno.
Inicialmente, habíamos reservado para la noche, pero unas semanas antes nos ofrecieron vivir el menú degustación “50 Sombras de Rojo” durante el almuerzo. Por supuesto, acepté. Soy de las personas que prefieren comer con luz natural y aprovechar el día, y esta decisión se sintió como un regalo extra.
Un plato como el Corn Beignet con huevas de salmón es una muestra de la filosofía del restaurante: familiar, pero explorador. Maridado con un vino blanco Zidarich, este bocado te transporta al alma de Eslovenia. Mi esposo describió el menú muy atinadamente: “Todo lo que comemos es tan diferenciado”. Y es cierto, cada plato tenía una intención, una historia.
La experiencia comenzó con las opciones de maridaje: vinos tradicionales, vinos naturales “funky” de la región y una versión sin alcohol basada en fermentados y jugos de frutas. Aquí, mi consejo: si vas en pareja o en grupo, pide diferentes versiones del menú y los maridajes. Es como entrar en un curso intensivo y rápido para tus papilas gustativas y una oportunidad de explorar más allá de lo conocido.
Entre los mejores platos que probamos está el Corn Beignet, un bocado que lo tenía todo: familiar pero explorador al mismo tiempo. La textura crujiente de la polenta contrastaba con la suavidad de las huevas de salmón con lo que estaba preñado. Lo mejor fue el maridaje con un vino blanco Zidarich, elaborado en Italia, a solo siete minutos en auto de la frontera. Esa proximidad entre Eslovenia e Italia añade una capa especial a la experiencia, uniendo territorios y culturas a través de sabores.
Cada plato en este restaurante tiene una intención y una historia: como un diálogo entre el mar y la tierra.
Otro plato que me sorprendió fue el tagliolini con almejas, melón y aceite de café. La combinación era completamente inesperada: dulce, picante y umami, como un diálogo entre el mar y la tierra. Lo más interesante es cómo el café, tratado como un ingrediente noble, aportaba una profundidad que conectaba con historias y tradiciones.
El menú siguió sorprendiendo con platos como el cappelletti con pera y estragón, que se integraba perfectamente con un vino con notas herbales, y el ozotto, un plato único que acompañaron con una bebida de cáscara de café y durazno. Esa bebida me voló la cabeza: era elegante, compleja y emocionante, una de las mejores formas en las que he visto rendir homenaje al café.
Cerramos la experiencia con el legendario vino Gravner, elaborado con técnicas ancestrales: seis meses fermentando en ánforas de arcilla con pieles, otros seis meses sin ellas, seguido por seis años en barricas de 2,600 litros y, finalmente, seis meses en botella. Cada sorbo era una lección de paciencia, tiempo y respeto por la tradición.
El momento final fue tan memorable como el inicio: pedí otro coctel para despedirme, con el mismo sour y ese picor elegante que me había dado la bienvenida. Me fui feliz, pensando en cómo Eslovenia, un país tan pequeño, tiene una propuesta tan grande que logra conectar historia, naturaleza y gastronomía en una experiencia única.
Hisa Franko es mucho más que un restaurante. Es un portal hacia el alma de Eslovenia, un país que, como Panamá, utiliza su tamaño como una ventaja para mostrar al mundo la riqueza de su identidad.
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