Al sur de Australia, separada del continente por mares helados, Tasmania emerge como un territorio distinto, casi mítico. Es una isla que guarda en su aislamiento la fuerza de lo indomable: bosques milenarios que parecen detenidos en otra era, cielos que se encienden con auroras australes y un aire considerado el más limpio del planeta. No es casualidad que muchos la llamen “el fin del mundo”, porque recorrerla es adentrarse en un espacio donde la modernidad se detiene, donde lo humano pierde protagonismo frente al poder de lo natural. Tasmania no se ofrece como un paisaje más en la lista de viajes, sino como un recordatorio de lo que somos capaces de olvidar: la belleza que existe cuando el mundo respira en silencio, sin prisa, sin artificio.
Pero Tasmania no es sólo geografía: es símbolo. Es memoria y futuro a la vez. Como en la imagen, donde la inmensidad abraza la mirada, nos recuerda que lo esencial nunca necesita adornos: basta un instante para volver al origen.
Foto por Kelly Araque