Durante décadas, los centros de pensamiento (think tanks) han sido vistos como espacios académicos: instituciones que producen informes, analizan tendencias y alimentan debates públicos desde una distancia prudente. El Atlantic Council encaja en esa categoría solo en su superficie. En la práctica, opera de otra manera: es un think tank que no solo observa y analiza, sino que articula. Su presencia creciente en Panamá responde precisamente a esa filosofía. Es una organización que lee los ciclos geopolíticos, identifica ventanas de oportunidad y se coloca en el punto donde las decisiones se están moviendo. Hoy, ese punto es Panamá.
Atlantic Council es una institución global con sede en Washington y con presencia en todo el mundo. Se autodefine como no partidista, una característica que sus directores remarcan sin pausa porque les permite trabajar con cualquier administración o gobierno elegido democráticamente. Jason Marczak, vicepresidente y director sénior del Centro Adrienne Arsht para América Latina, lo resume con una claridad inusual en este sector: “Estamos dedicados a cómo podemos acelerar la política pública para crear más oportunidades en distintos países”. No se trata sólo de investigar la política pública, sino de influir en la forma en que se piensa, se conversa y se implementa.
La manera como operan confirma esta idea. El Atlantic Council funciona como un puente, pero no en el sentido ceremonial que se suele atribuir al término. Su trabajo consiste en sentar en la misma mesa a gobiernos, empresas, multilaterales, reguladores, actores de sociedad civil y expertos sectoriales para discutir, negociar, cuestionar y ajustar temas específicos. “Somos un puente no solo entre países, sino entre sectores”, subraya María Fernanda Bozmoski, directora de Operaciones e Impacto y líder para Centroamérica. Y agrega un matiz esencial: “Siempre trabajamos con personas del país, que viven en el país. No imponemos agendas”.

Este énfasis en lo local no niega el peso que tiene el Council como institución basada en Washington. Al contrario: permite entender cómo y por qué adquiere relevancia en momentos específicos. Su misión consiste en conectar realidades, intereses y capacidades. Cuando un país entra en una coyuntura decisiva —ya sea económica, geopolítica, institucional o climática—, el Council aparece con fuerza. Eso explica, en buena parte, su atención renovada sobre Panamá.
La posición de Panamá dentro de la estrategia externa de Estados Unidos
El análisis que hace el Council de Panamá parte de un hecho contundente: el cambio de enfoque de la administración estadounidense hacia América Latina y el Caribe. Marczak lo expresa sin rodeos: “Nunca he visto tanto enfoque de una administración estadounidense hacia América Latina y Caribe como esta administración”. Las visitas de alto nivel, los viajes del secretario de Estado a la región y el impulso explícito a alianzas estratégicas en el hemisferio forman parte de un mismo patrón. En ese patrón, Panamá destaca por varias razones.
“Panamá entra en un ciclo estratégico donde convergen logística, energía y tecnología, y el Atlantic Council busca acompañar ese proceso con acción concreta”.
La primera es obvia: el Canal. En Washington entienden —y el Council lo repite— que la vía interoceánica no es solo un activo económico panameño. Es una pieza estratégica global. Bozmoski lo descompone en tres dimensiones que hoy están en el centro de cualquier análisis geopolítico: “El Canal tiene un rol económico, otro geopolítico y otro climático”. Económico, porque más del 6 % del comercio marítimo mundial pasa por ahí. Geopolítico, porque es un punto de estabilidad en una región donde la competencia estratégica está aumentando. Climático, porque su funcionamiento depende del agua, un recurso cada vez más volátil”.
Esta última dimensión —la climática— ha ganado relevancia en los últimos años. La sequía de 2023 mostró cuán vulnerable puede ser el comercio global cuando el nivel de los lagos se altera. La modernización del Canal y los megaproyectos asociados han pasado a ser una prioridad no solo para Panamá, sino para cualquier actor que tenga intereses comerciales globales. Para un think tank que “interpreta el momento” como el Council, este es un tema inevitable.
Pero no todo gira en torno al Canal. Desde la perspectiva del Council, Panamá ofrece un conjunto de condiciones que lo colocan en una categoría especial dentro del mapa regional: un hub logístico maduro, un ecosistema de puertos y aeropuertos conectado con el mundo, zonas francas que funcionan, un sector privado articulado y una estabilidad institucional que, aunque enfrenta tensiones, sigue siendo superior a la de la mayoría de la región. “El sector privado panameño está comprometido con los proyectos país”, reconoce Bozmoski, una afirmación que rara vez se escucha con tanta claridad desde Washington.
A esto se suma la salida de Panamá de la lista gris del GAFI en julio de 2025, un hito que Marczak considera fundamental: “La salida de la lista gris ha sido un logro muy importante para la imagen de Panamá”. Y advierte algo que la región conoce bien: la importancia de evitar retrocesos en regulación financiera y supervisión institucional. “Hace falta redoblar esfuerzos para fortalecer las instituciones y regulaciones”, puntualiza Bozmoski.
Oportunidades estratégicas: energía, tecnología y transición verde
Uno de los aspectos más interesantes del perfil que el Atlantic Council construye sobre Panamá es su lectura multisectorial. El país no es visto sólo como un hub logístico, sino como una plataforma para desarrollar sectores que están reconfigurando la economía hemisférica. La transición energética aparece como un tema central. El desarrollo del gasoducto que conectará océanos, la infraestructura energética asociada y la búsqueda de nuevas soluciones bajas en carbono sitúan a Panamá en una posición relevante para inversionistas y gobiernos.
La tecnología y los servicios digitales son otro eje. “Panamá es uno de los únicos países de la región hablando activamente de una estrategia nacional de inteligencia artificial”, señala Bozmoski. En un mundo donde los data centers son nueva infraestructura crítica y donde la regulación de la IA determinará la competitividad futura, este punto no es menor. La presencia del Council puede ayudar a articular debates que otros países aún no están teniendo.
La posibilidad de destrabar el sector minero también forma parte del análisis, aunque es un tema sensible. Resolverlo —desde el punto de vista regulatorio, institucional y social— tendría implicaciones para múltiples sectores y para la confianza de inversionistas internacionales. El Council no lo presenta como recomendación, pero reconoce que es un factor que influye en la percepción externa.

El Council organiza diálogos público–privados y espacios de alto nivel que conectan actores clave, aceleran la cooperación regional y promueven oportunidades en sectores como energía, logística, tecnología y transición verde.
El próximo año aparece en la conversación como un punto de inflexión. Panamá será anfitrión del Foro de CAF y de la Asamblea General de la OEA. Cada uno de esos eventos traerá delegaciones, discursos, negociaciones y oportunidades de posicionamiento que un think tank como el Atlantic Council sabe aprovechar. Marczak lo resume de forma directa: “El próximo año es muy importante para profundizar y acelerar las oportunidades económicas”.
En el análisis de la organización, 2026 es un año para convertir la coyuntura en estrategia. Panamá puede mostrarse como país estable, con instituciones en funcionamiento, con proyectos de infraestructura avanzando y con una agenda de transición energética y tecnológica que lo diferencia del resto de la región.
Atlantic Council está en Panamá porque interpreta que el país se encuentra en un momento donde las decisiones de hoy condicionarán su relevancia mañana. Un momento donde convergen geopolítica, energía, comercio, clima y tecnología; donde la región vuelve a ser prioridad en Washington y donde Panamá, con sus fortalezas y desafíos, puede desempeñar un papel mayor del que hoy parece advertir.
Ese es, en el fondo, el estilo del Council: leer las señales de un ciclo antes de que el ciclo termine de formarse, identificando los puntos donde confluyen intereses, riesgos y oportunidades, eligiendo la geografía que será clave en el próximo movimiento y trabajando con los actores locales para que ese movimiento produzca resultados sostenibles. En esa lectura, Panamá ya está en el tablero.
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