En una era dominada por el algoritmo, el clickbait y las redes sociales, el periodista que mantiene una brújula ética firme se convierte en una rareza. Benjamín Fernández, productor y periodista con décadas de experiencia en CNN, representa justamente eso: una voz que no se deja arrastrar por la inmediatez sin contexto, por la forma sin fondo.
El periodismo atraviesa una transformación vertiginosa. Según el Reuters Institute Digital News Report 2024, más del 72 % de las personas en América Latina consumen noticias, principalmente a través de redes sociales, siendo WhatsApp, Facebook, YouTube y TikTok los canales dominantes. Sin embargo, sólo un 22 % confía plenamente en las noticias que recibe. El ecosistema mediático contemporáneo está marcado por una paradoja: nunca antes hubo tanto acceso a la información y, sin embargo, la desinformación, la fatiga informativa y la polarización alcanzan niveles históricos.
Plataformas como X (antes Twitter), Instagram y TikTok no solo alteraron la forma de distribuir las noticias, sino también el lenguaje, el ritmo y la profundidad del relato periodístico. En este entorno, el modelo tradicional de medios se encuentra en crisis, los modelos de suscripción luchan por sostenerse, y la inteligencia artificial amenaza con reemplazar tareas básicas de redacción, selección de titulares y hasta análisis.
En contraste, emergen nuevas oportunidades: el auge de los pódcast informativos, los boletines personales, los canales de YouTube con análisis independientes y medios nativos digitales con misiones específicas. Sin embargo, el común denominador sigue siendo la necesidad de credibilidad, contexto y profundidad.
Y esa es la visión de Benjamín Fernández, periodista y exvicepresidente de CNN en español, un rol donde al periodismo se le valora la capacidad de construir relatos sólidos, con ética, verificación y sensibilidad.
Empezamos por el origen, la raíz de todo: ¿qué mueve a alguien a ser periodista hoy, cuando el mundo parece no premiar la profundidad?
Para mí el periodismo nunca fue un trabajo. Fue un llamado. Nunca quise estar frente a la cámara, siempre quise estar detrás, porque ahí está el verdadero poder: el de decidir cómo se cuenta una historia, con qué profundidad, con qué ética. Mi historia comenzó viendo noticias con mi padre todas las tardes. Hoy, aunque el entorno ha cambiado radicalmente, sigo creyendo que la esencia es la misma: buscar la verdad, contarla bien y protegerla del ruido. El problema es que hoy el ruido es más fuerte que nunca.
Apenas comenzó nuestra conversación, Benjamín recibía la noticia de sus nominaciones al Emmy, una de ellas, por la investigación que realizó CNN en español sobre el Tren de Aragua, la organización criminal venezolana que se ha expandido por América Latina y que, según sus reportes, ya operaba en Estados Unidos mucho antes de que otros medios lo reportaran. Fernández lideró un equipo de productores —varios de ellos venezolanos— que rastreó las huellas del grupo y logró emitir un reportaje que fue pionero en su categoría. La investigación enfrentó escepticismo dentro de CNN, pero fue finalmente reconocida con una nominación a los Emmy de noticias. Para él, esa historia es un ejemplo de cómo el olfato periodístico, la pasión por la verdad y la correcta asignación del equipo pueden generar impacto real antes de que el algoritmo lo pida.
El periodismo auténtico no busca agradar al algoritmo, sino proteger la verdad. En una era de ruido y desinformación, liderar con ética es el verdadero acto de resistencia”.
Benjamín Fernández, Productor y periodista
¿Qué convierte un hecho en noticia?
Para mí, una noticia es aquello que te hace pausar. Si me detengo a leerla, si me genera preguntas o indignación, entonces sé que tiene valor. Eso no lo enseñan en la academia: lo enseña la experiencia. Las noticias verdaderamente importantes son aquellas que, sin esperarlo, te cambian el día, te hacen pensar, te sacuden. Una investigación sobre el Tren de Aragua, por ejemplo, se convirtió en noticia no porque la agenda lo dijera, sino porque sabíamos que había algo ahí que estaba a punto de estallar.
¿Cómo se lidera un equipo periodístico sin caer en el ego?
Yo contrato a personas más inteligentes que yo. Ese es el secreto. Me alejo del proceso cuando es necesario para poder hacer las preguntas que haría cualquier espectador. Porque si estoy demasiado cerca, pierdo perspectiva. No se trata de imponer, sino de guiar. El mejor liderazgo es el que no se nota, pero se siente. Y eso requiere una confianza enorme en tu equipo y una humildad radical.
En esa misma línea, el periodista se enfrenta a una nueva amenaza: la marca que lo emplea. ¿La reputación de la marca editorial está matando al periodismo?Muchas veces, sí. La marca se convierte en una limitante, en un obstáculo. Hay temas que no se cubren por miedo a perder anunciantes o a molestar a los dueños. Y eso es lo más peligroso: el silencio editorial. He visto historias enterradas por miedo. Y cuando el miedo manda, el periodismo muere. Una redacción sin coraje es simplemente un departamento de relaciones públicas con pretensiones de grandeza.
El verdadero ‘storyteller’
Pero no todo lo que se informa tiene vocación periodística. En un ecosistema dominado por la urgencia de vender, cautivar o viralizar, la línea entre información y marketing se ha vuelto peligrosamente borrosa. El contenido patrocinado, los “medios de marca” y los algoritmos que premian lo emocional por encima de lo verdadero han desplazado muchas veces a la información rigurosa. En ese contexto, conceptos como storytelling, que alguna vez representaron una forma profunda y humana de narrar, han sido apropiados por la industria del marketing y vaciados de significado. Lo que antes era una herramienta para darle sentido a la experiencia humana, hoy muchas veces se reduce a una fórmula para manipular emociones o vender una idea.
Hoy todo el mundo habla de ‘storytelling’. ¿Está vacío el concepto?
Sí, completamente. Si no has vivido la historia, si no entiendes su profundidad, no puedes contarla. Puedes tener todos los datos del mundo, pero sin emoción y sin contexto no hay relato. El storytelling verdadero no es una técnica, es una vivencia. Se ha convertido en una palabra de moda que muchos usan para decorar campañas vacías. Jesús fue uno de los primeros grandes storytellers, y no lo fue porque sabía de fórmulas, sino porque entendía el alma humana. Esa es la diferencia.
Durante el conversatorio Narrativas que Transforman, organizado por Dircom Panamá, Diageo y Banco Nacional, Benjamín Fernández compartió con profesionales de la comunicación su visión sobre ética, liderazgo y el rol del periodismo en tiempos de desinformación y plataformas digitales.
¿Qué riesgos conlleva banalizar el ‘storytelling’ dentro del periodismo y convertirlo en una fórmula de ‘marketing’?
El principal riesgo es que se pierda la autenticidad. Cuando se usa como una técnica vacía, enfocada solo en la forma y no en el fondo, se trivializa el hecho que se quiere contar. Se empieza a escribir para complacer al algoritmo, no para honrar la verdad. Y eso contamina todo: la ética, la edición, incluso la selección de fuentes. Lo hemos visto: hay historias que se fabrican no porque son relevantes, sino porque se prestan para una narrativa atractiva. Y cuando eso se vuelve la norma, el periodismo pierde su rol de contrapeso y se convierte en entretenimiento o propaganda. Ahí es donde el editor tiene que alzar la mano y recordar que nuestro deber no es solo captar atención, es merecerla.
Y en la era de la sobreinformación, los gobiernos no solo enfrentan el reto de ser escuchados, sino el de merecer ser creídos. La narrativa gubernamental, en muchos países de América Latina, parece atrapada en una lógica del siglo XX: mensajes verticales, voceros blindados y estructuras comunicacionales que priorizan el control sobre la conexión. El resultado es una profunda desconexión entre el poder y las personas, alimentada por la desconfianza, el cinismo y la ausencia de contexto.
Lejos de dialogar, muchos gobiernos optan por producir contenido como si fueran marcas, replicando formatos emocionales sin sustancia, abusando de jingles, eslóganes y cifras sin rostro. En vez de abrir la conversación, la cierran. En vez de explicar lo complejo, simplifican lo esencial. Y en vez de construir ciudadanía, se resguardan en burbujas de propaganda.
¿Cómo debe comunicar un gobierno hoy?
No puedes esperar a que la gente prenda el televisor. Tienes que estar donde ellos ya están: en sus celulares, en sus redes, en sus códigos. Y si los medios no te quieren dar voz, crea el tuyo. Como hizo Trump. La clave está en dominar la narrativa desde el origen, no solo reaccionar. Hoy, el gran error de muchos gobiernos es que solo comunican en crisis. La comunicación pública no puede ser reactiva. Tiene que ser estratégica, emocional y constante.
El modelo actual está agotado. Las audiencias ya no son pasivas. Hoy, cada ciudadano es también emisor, analista y multiplicador. Y frente a una sociedad que detecta la manipulación con rapidez, el discurso oficial que no admite dudas ni matices se convierte en un búmeran.
Como señala Benjamín Fernández en esta conversación, “cuando un gobierno no ocupa su espacio narrativo con autenticidad, otro lo hace por él, y probablemente, en su contra”. El silencio, la demora o el oportunismo son trampas que ya no perdonan las redes ni la opinión pública. Y la discusión sobre el Canal de Panamá fue la prueba de ello
¿Crees que Panamá supo aprovechar su momento bajo el foco de Trump?
No. Panamá tenía una oportunidad única de ocupar espacio mediático global y no la supo aprovechar. No hubo estrategia. No hubo preparación. Y cuando no hay un relato propio, el otro construye uno por ti. Eso pasó. El país reaccionó tarde, mal y sin herramientas. Si vas a entrar en el radar global, más vale que tengas un buen guion.
Para recuperar credibilidad, los gobiernos necesitan menos portavoces y más puentes. Más escucha, menos monólogo. Más contexto, menos eslóganes. Y, sobre todo, una narrativa que no hable “desde” el poder, sino “con” la gente.
¿Qué nos queda como lección?
Podemos ser creativos, sí. Podemos usar TikTok, pódcast, videos verticales. Pero si perdemos la ética, perdemos el alma. El periodismo tiene que seguir siendo incómodo, valiente, profundo. Y eso solo es posible si defendemos el contexto por encima del impacto. La verdad por encima del clic. La historia completa por encima de la cita fácil. Ser periodista hoy es un acto de resistencia. Y hay que estar orgulloso de ello.
Fotos por Aris Martínez